Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 19 de agosto de 2012

Buganvillas: explosión de colores

Hay rincones de esta ciudad, dispares y distantes, que son un auténtico placer para la vista por sus magníficos estallidos de colores. Recorrerla a pie o en coche, en estos días de suaves temperaturas y luz radiante, es ir encontrando, por donde uno menos se lo espera, maravillas naturales que cuelgan o se extienden por pérgolas y paredes cuidadas, muros desvencijados o tierras resecas. 

La protagonista de este regalo para la vista y para el espíritu, es una diminuta y modesta flor blanca, rodeada de hojas modificadas que los especialistas llaman brácteas y que son las que se manifiestan a través de un abanico de colores tal, que va desde el blanco, pasando por varios matices de rojos y violetas, hasta un delicado amarillo que parece oro pulido. Forma parte de una planta trepadora, cuyo tronco y ramas poseen espinas, su nombre procede del apellido del militar francés, Louis de Bougainville, que la descubrió en el Brasil, mediado el siglo XVIII, y es originaria de América del Sur. El viento y las heladas son sus enemigos, mientras que al calor seco lo resiste con bastante dignidad. Su hábitat preferido es el propio de climas benignos y como más a gusto se encuentra y mejor se desarrolla es cuando está protegida de los ataques del dios Eolo. Aunque estas mínimas condiciones para salir adelante nos hagan pensar en una planta delicada y frágil, resulta ser fuerte y sufrida allí donde no cuente con ellas, y lucha y se empeña en hacerse más grande y frondosa, a pesar de momentos inclementes que poco la ayudan. 

Esas bellísimas enredaderas, -como solemos llamarlas los profanos-, podemos disfrutarlas en las lujosas viviendas de las calles que llevan nombres de ilustres científicos, como las del Doctor Marañón, Doctor Zerolo, Doctor Pasteur, o en la del Camino Oliver, todas ellas en la zona media de Santa Cruz. Más arriba, junto a la subida al barrio Cuesta de Piedra, sobre el muro que limita un gran solar, sobrevive dignamente una maraña carmesí intenso, que saluda a todo conductor que pasa muy cerca de ella. Un poco más allá, próxima a la Vuelta de los Pájaros, está la calle Francisco Pizarro. Allí, en una antigua casa clausurada hace pocos años por haber estado ocupada ilegalmente y en la que se produjeron varios conatos de incendio, florece una llamarada roja-naranja que hace olvidar el desastre sobre el que se expande libremente y semeja una prolongación de aquellos fuegos. 

Dos clásicos de estas alegrías para la vista son las que existen en la playa de Las Teresitas, desde tiempo inmemorial, y en la carretera de San Andrés, a la altura de María Jiménez. La primera, surge y se extiende, cada vez más, como una hermosa alfombra violeta pálido sobre un aparente suelo yermo y pedregoso, capaz de mantenerla con vida, años y años. La segunda, corona un largo muro que separa unos jardines con su vivienda, de la vía de regreso del barrio marinero de San Andrés. A pesar de su cercanía al paso continuo de vehículos y la correspondiente polución, sus brácteas rojo bermellón y rojo cadmio siguen tan campantes como siempre. Es probable que quien pasa con frecuencia por allí, ya no repare en su presencia, pero hay momentos de los días más luminosos en que es imposible ignorar su presencia. Sin duda, recibe los cuidados necesarios para que no sea un obstáculo para la circulación y pueda continuar allí para disfrute de los que quieran apreciar su belleza. 
Sirvan estas muestras citadas, como ejemplo de la que es una de las plantas más representativas y frecuentes en cualquier lugar de nuestras islas, no sólo de esta ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Allá donde la benignidad de las temperaturas y la suave brisa acompañen, allí encontraremos explosiones de colores que, como lamparillas encendidas, penden de cualquier muro o pared. No en balde, han sido, y siguen siendo, inspiración para los buenos pintores paisajistas que también abundan por estas tierras. Acuarelistas ilustres como D. Francisco Bonnín Guerín o D. Antonio González Suárez fueron maestros en esta técnica y en este tema. Raros son la casa, la calle o el patio canario que representaran, en los que no aparecieran estas bellas enredaderas. Extraño, también, concebir un paseo por muchos lugares de estos territorios isleños sin que nos encontremos con estas pequeñas, o grandes, cataratas vegetales adornando casas, calles, patios y jardines, y alegrándonos la vista y el espíritu. 

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 17 de Enero de este año. Hoy, después de un invierno muy seco y un verano que lo está siendo también, muchos de los ejemplares descritos han perdido sus flores. Sólo quedan las ramas esperando que las condiciones climáticas sean más benignas, para volver a regalarnos su esplendor habitual)