Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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viernes, 14 de septiembre de 2012

Lo que no se quiso hacer en Las Teresitas y San Andrés

Para completar algo de la historia de Las Teresitas original, - personajes de la jet-set o de la prensa rosa, (como prefieran), incluidos -, me gustaría detallarles cuáles fueron los antecedentes de lo que, desde hace casi cuarenta años, seguimos llamando Las Teresitas, pero de la que, cualquier parecido con aquella, apenas existe.
Para llegar a la formidable playa de entonces, - y no es una exagerción, a mi entender -, había que trasladarse, igual que hoy, hasta el barrio de San Andrés desde la capital, pero entonces se hacía por una carretera, - peligrosa donde las hubiera -, que, cual delgada serpiente deslizándose entre los numerosos entrantes y salientes de estos primeros roques de la cordillera de Anaga, y a una altura considerable con respecto al mar, te ponía en la entrada del distrito marinero. Pocos eran los afortunados, en aquella época, que se trasladaban allí con vehículo propio o en taxi, que era muy caro. Lo habitual era coger la guagua del Servicio de S. Andrés, que partía de la Avenida de Anaga, cerca de su confluencia con la calle de La Marina, pagar las tres pesetas que costaba el viaje y encomendarte al chofer de turno. La endiablada carretera comenzaba a ascender a la altura de Cueva Bermeja, más o menos, y a partir de allí, lo recomendable era no mirar hacia abajo, si se padecía vértigo y te tocaban los asientos con las ventanas que daban al mar. Menos mal que los conductores de aquella ejemplar empresa eran de auténtica primera clase y no hubo que lamentar accidente alguno. En las imágenes que acompañan a esta crónica, pueden verse algunos tramos del antiguo acceso, que aún se conservan.
Desde lo alto, podían verse las playas de Jagua, Playa Chica y Los Trabucos, como las más populares y visitadas de aquel trayecto de unos siete u ocho kilómetros. La primera estaba un poco más allá de Cueva Bermeja, era de callaos y más de una vez me di un buen baño en ella. La mejor era la tercera, con una enorme explanada de arena negra, cuando la marea estaba baja. Se llegaba a ella, descendiendo por una vereda desde la carretera. Estaba azocada en el arco que, más tarde, cuando se construyó la Dársena Pesquera, fue ocupado por la primera ubicación del Instituto Oceanográfico de Canarias. En nombre de lo que se da en llamar progreso, fue sacrificado un excelente rincón del litoral santacrucero, para el baño. El viaje terminaba en el pequeño puerto de San Andrés, en una vía con dos direcciones. La minúscula rambla que hoy ocupa su lugar, se hizo más tarde, cuando se puso en marcha la nueva Teresitas. A partir de allí, un paseo a pie para llegar al recinto playero.

A finales del s. XIX, los lugareños lo conocían como "Tras la arena" o "Playa de Teresa", sin saberse, a ciencia cierta, el porqué de este último. Al fondo, el imponente Roque de Los Órganos, llamado así por las numerosos tubos o prismas muy delgados, que adopta el basalto en toda su superficie y que, desde el mar, se asemeja a un órgano musical gigantesco. Como puede observarse, este espectáculo natural no sólo es privilegio de la isla de La Gomera, que cuenta con otro extraordinario, en la costa de Vallehermoso. El roque sugiere la forma de la cabeza de un dragón que se adentra en el mar y para él, los habitantes del bonito barrio marinero, proponían que se estudiara la posibilidad de abrir un túnel, que comunicase a Las Teresitas con Las Gaviotas. 
Esa montaña, en uno de sus puntos, sólo tiene 70 u 80 m. de espesor y se creía que la dificultad para horadarla, sería mínima y poco costosa. Técnicos de la época, consultados sobre esta posibilidad, confirmaron aquella aseveración. A cambio, se ganaba una segunda playa, con más de medio kilómetro del mismo tipo de arena. Pero, está claro que la idea no prosperó. De la misma manera, también hubo oídos sordos a los argumentos que los pescadores sanandreseros más viejos del lugar, esgrimían siempre que se les daba la oportunidad. Habían nacido, vivido y trabajado allí a lo largo de toda su vida y eran quienes más y mejor sabían del comportamiento de las mareas y de los puntos, más o menos peligrosos, para la pesca y el baño. Insistían en que, para conservar y proteger la abundante arena negra de Las Teresitas, bastaba con construir una escollera que partiera de la desembocadura del barranco de San Andrés y que se adentrara en el mar unos cuantos metros. Allí, la línea de sonda no pasaba de cuatro y opinaban que con tres prismas de dos metros de altura, cada uno, se podía emprender la obra. El desnivel del fondo arenoso de Las Teresitas era mínimo y esa escollera impediría que los temporales del Sur arrastraran la arena mar adentro, descarnaran la playa y dejaran el suelo pedregoso, a la vista. Otro beneficio era el de retener allí los peñascos que las avenidas del barranco arrojaban a la playa, con lo que la citada escollera se vería reforzada de forma natural. Para el extremo opuesto, sugerían la construcción de una espigón que tuviera como base la piedra del roque de Los Órganos, lo que lo hacía poco costoso y fácil de hacer.
El conocimiento empírico de aquellos sufridos marineros y pescadores aseguraba que con estas medidas y con la prohibición firme de seguir extrayéndose arena negra de las playas aledañas, para uso de particulares, - circunstancia que mermaba la de Las Teresitas -, sería suficiente para disponer de una hermosa playa, llena de arena todo el año, para el uso y disfrute de todo el que la visitara. Además, con un prometedor futuro turístico y todo lo que esto comportaba para el barrio marinero y para la capital de la provincia. La espectacular imagen tomada desde el roque de San Andrés, por el excelente fotógrafo de aquella época, D. Adalberto Benítez, demuestra la indudable belleza natural que allí había. Me he permitido manipular una copia de la misma, casi a modo de infografía, para visualizar lo que proponían los vecinos de San Andrés, por aquel entonces. Con pleno derecho, también reclamaban un puerto, un espigón o una escollera lo suficientemente seguros como para proteger sus herramientas de faena, es decir, sus modestas embarcaciones, y sus viviendas. El puerto que existía y existe (sigue siendo el mismo), no ofrece ninguna garantía, para salvaguardarles en momentos de mares enfurecidos y, por enésima vez, le recordaban al gobernante de turno las muchas promesas que habían escuchado y que nadie materializaba.
Pero, no sólo los pescadores abogaban por una permanencia de la playa original, sino también los propietarios de las distintas parcelas que configuraban el entorno del recinto. Todos ellos, sin excepción, en 1961, cedían gratuitamente al Ayuntamiento capitalino, 30 metros de terreno, lindantes con el mar y medidos a partir de la máxima pleamar. La única condición para hacerlo era que se urbanizara aquella amplia franja ofrecida, con servicios e instalaciones que mejoraran las condiciones naturales y turísticas de aquel privilegiado rincón del litoral santacrucero: vestuarios, cafeterías, canchas deportivas, restaurantes, aparcamientos... Y, nunca, en construcciones de más de dos plantas. Asimismo, el apartado del campo de fútbol y el pequeño camposanto en el que descansaban sus familiares y amigos fallecidos, exigía una solución lo más pronta posible, aunque en este último tema, la sensibilidad y la delicadeza indispensables para su tratamiento lo hacían difícil de resolver.
Los casi cuarenta años de existencia de Las Teresitas actual nos dejan increíbles momentos en los que se ignoró, de lleno, todo lo que sugirieron los habitantes de San Andrés de aquellos tiempos. Se les desoyó de modo total y absoluto. El sello franquista de quienes ostentaron el poder político y administrativo estuvo muy presente en la década de los 60 y se mantuvo durante unos cuantos de la 70 y el principio autoritario y, a veces, con intereses creados, prevalecía más que la lógica, la sensatez y el bien común, salpicando, incluso, a gobernantes de los primeros años de la democracia, avalados por su apisonadora mayoría municipal.
Pero, esto, haría demasiado larga esta crónica de hoy y no sé si sería justo seguir manteniendo la amable atención de nuestros lectores, sin cansarles. Mejor, quizá, dejarlo para otra ocasión.

(Esta crónica fue publicada el 11 de Septiembre de 2011, en loquepasaentenerife.com)