Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 26 de agosto de 2012

El patrimonio vegetal de Santa Cruz

El término patrimonio proviene del latín patrimonium y se refiere al conjunto de bienes que pertenece a una persona física o jurídica, pero, en un sentido más amplio, se vincula a la herencia y los derechos adquiridos por una comunidad o grupo social concreto. Hablaríamos, en este último caso, de un patrimonio cultural o simbólico. Es a esta acepción del vocablo a la que hoy queremos referirnos, ya que los que somos y vivimos en esta ciudad capital de la provincia occidental canaria hemos heredado - y dejaremos en herencia - las joyas verdes que posee el territorio capitalino. Desde siempre, una de las señas de identidad de Santa Cruz de Tenerife es su amplia y variada vegetación y para ello me baso en el hecho diario de recorrer sus calles y avenidas, ya sea a pie o en vehículo, y observar la presencia constante de toda clase de especies vegetales que van desde árboles de gran tamaño y múltiples especies hasta una amplia diversidad de flores.

Pero, quizá, la prueba irrefutable de esta comprobación cotidiana nos la proporcione un punto de vista lo suficientemente alto y distante como para apreciar los núcleos de mayor concentración vegetal que posee la capital y cómo se reparten a lo largo y ancho de la misma. El lugar elegido es el mirador de Los Campitos, en el monte de Las Mesas, a sólo unos pocos minutos, en coche, desde el centro urbano. Provista, pues, de una cámara con un buen teleobjetivo, inicio el trabajo de campo que me permitirá dejar constancia gráfica de ese inconmensurable patrimonio que hay que proteger y conservar en las debidas condiciones.


Las dos últimas estaciones y lo que va de esta primavera han estado muy escasas en agua y nuestros espacios verdes lo acusan. La práctica ausencia de las beneficiosas lluvias está haciendo estragos en los ejemplares que aparecen en aceras, parques, ramblas y jardines. Tampoco la situación económica permite pagar el riego que garantizaría un desarrollo óptimo de todos ellos y, aunque se contara con los dineros, las reservas acuíferas disponibles aconsejan ser muy austeros en su uso. Todo ello nos da una imagen un tanto apagada y poco habitual de cualquiera de los rincones en los que podemos encontrar y admirar tanta variedad y cantidad de verdes, naranjas, lilas, ocres, amarillos o rojos, aunque todo lo englobemos bajo el predominante: el verde.


Si hacemos un recorrido de izquierda a derecha y tomamos como espina dorsal de referencia  la larga línea generada por la Rambla de Santa Cruz, de Las Asuncionistas y de Los Reyes Católicos, podremos ubicar el resto de lugares que reúnen mayor cantidad de vegetación. El punto de arranque de éstas permite vislumbrar algunos de los impresionantes laureles de la Avenida de Anaga, espectacular hilera verde que transcurre paralela al mar, pero que no se aprecia desde esta atalaya porque queda oculta por una muralla de edificaciones de ocho y diez plantas, construida en primera línea, allá por los años 60-70. Las Ramblas, que tienen una longitud total de casi cuatro kilómetros, tampoco las veremos al completo. Sólo pequeños tramos, porque también las jalonan construcciones de diversas alturas. En el primer tercio de ellas saldrá a nuestro encuentro un trapezoide de más de 67.000 metros cuadrados que lo convierten en el mayor de los pulmones verdes que tiene el gusto de poseer esta ciudad. Es el Parque Municipal García Sanabria, construido en 1926 y objeto de una remodelación importante desde Octubre de 2004 hasta Junio de 2006. Tiene características de jardín botánico, porque muchas de las especies que allí habitan están catalogadas por su condición de ser raras o únicas. Próxima al Parque nos encontramos la Plaza de Weyler, construida en 1893 y con 3.600 m2 de superficie, en la que conviven el omnipresente laurel con arbustos, plantas y flores ornamentales de variados colores.

Si dirigimos la vista hacia el Sur de la capital descubriremos otro reducto verde en medio de enormes edificios. Es el Parque Don Quijote, próximo al estadio Heliodoro Rodríguez López y que en su día fue emblema natural de aquella zona emergente y punto de encuentro para el descanso y la comunicación de sus numerosos habitantes. Más abajo y lindando con el mar, aparece el Palmetum, un jardín botánico especializado en distintas familias de palmeras, que ocupa 12 hectáreas de terreno y en el que se encuentra la mayor colección de Europa de estas especies. Fue construido en 1995 sobre la montaña del Lazareto, un antiguo vertedero clausurado que, poco a poco, se fue acondicionando para transformarlo en espacio de uso público. Fondos europeos y municipales lo hicieron posible y hoy no se explota suficientemente como lugar de ocio y cultura.

Si regresamos a la línea de las ramblas, otearemos el encuentro de ésta con el inicio de la calle de S. Sebastián, y allí, ocupando la gran esquina formada, el Parque Viera y Clavijo. Tiene unos 6.400 m2 de superficie arbolada, se construyó en 1903 y en su interior hay una iglesia neogótica, mandada a edificar por una orden de monjas francesas que fundó el Colegio femenino de la Asunción y que mantuvo su actividad docente entre los años 1905 y 1978. Subiendo en dirección contraria a la vía de S. Sebastián, en la zona media de la Avenida de Bélgica, se llega al otro gran pulmón capitalino: el Parque de La Granja, de factura más reciente y extendido sobre algo más de 64.000 m2. Desde 1976 también conviven en él especies autóctonas, como el drago y la palmera, con otras de procedencia americana, como el nogal, el jacarandá, el flamboyán, el ficus y, cómo no, el laurel de Indias.

La linde norte de este hermoso recinto coincide con otra de las espectaculares ramblas que tiene Santa Cruz, la de Benito Pérez Armas, de la que, al igual que de las demás, no se divisa desde este mirador nada más que parte de las copas de algunos de sus laureles, a la altura de otra arbolada plaza, la de Los Cantos Canarios, antesala de tres de los institutos de Enseñanza Secundaria más antiguos de este municipio. Si nos adentramos visualmente en el Barrio de La Salud, a través de la Avenida de Venezuela, daremos con el Parque de Las Indias en el que 2.200 m2 de terreno cubierto de buen césped y suaves lomas sobreviven al maltrato de algunos incívicos usuarios. En la zona más alejada del mirador, y casi en el límite con el municipio de La Laguna, se aprecia un conjunto de tonos dorados, marrones y verdes correspondientes a unos generosos jardines situados en el barrio de La Salud Alto.

Frente al mirador, en lontananza, se entrevé la fronda más elevada de otros laureles pertenecientes a la rambla más estrecha del municipio, por obra y gracia del tranvía metropolitano, la de los Príncipes de España, en el populoso distrito de Ofra. Su recorrido comienza en la confluencia con la carretera del Rosario y termina en la conexión con el barrio lagunero de Taco. Como núcleos verdes opuestos a los dos anteriores y, por lo tanto, casi al pie de la atalaya, es fácil localizar el de la plaza del Sagrado Corazón, en la calle Horacio Nelson, en la que se ubica, desde 1977, la parroquia del mismo nombre y, un poco más arriba, el del Parque Secundino González, celosamente protegido por los vecinos del barrio de Salamanca, sabedores del valor que posee un espacio natural tan exclusivo como ese.

Éstas son, en una primera ronda de búsqueda visual, las joyas verdes más extensas esparcidas por el mapa capitalino. Pero hay muchas más que no podemos divisar desde este envidiable punto de mira. Sirvan como ejemplos todas las calles, anchas o estrechas, cuyas aceras están arboladas; los magníficos núcleos de vegetación que se emplazan en las urbanizaciones y zonas residenciales de la ciudad; los jardines de Ofra; los jardines privados; las palmeras, falsos pimenteros, adelfas, flamboyanes y uvas de mar que jalonan carreteras, como la de Valleseco hacia San Andrés; los hermosos laureles que envuelven aquel barrio marinero; los que abren el camino hacia el barrio de María Jiménez; los flamboyanes y palmeras de Las Teresitas... Pero, por contra, este extraordinario patrimonio también ha sufrido heridas irreparables con la tala indiscriminada de ejemplares que nunca debieron desaparecer.

Como muestra de algunos de los casos de esta indeseable práctica, una de las más sangrantes: la desaparición de todos los jacarandás de la calle Ramón Gil- Roldán y la de todos los tuliperos del Gabón que proporcionaban una beneficiosa sombra a quienes transitaban por la de Obispo Pérez Cáceres. Ambas en el señero barrio del Uruguay, cuando se procedió a su Plan de Embellecimiento y Mejora (¡qué ironía!) y se prescindió, incluso, de las pocetas necesarias para una posterior repoblación. Menos mal que sus vecinos reaccionaron y, después de manifestarse donde hiciera falta, lograron que se practicaran huecos en las nuevas aceras y se plantaran unos arbustos que, hoy, no protegen del sol a los que pasan por allí y sólo decoran.

Nuestra esperanza de que todo el patrimonio vegetal que hoy poseemos no se vea mermado por la intervención humana estriba en la sensibilidad y cultura que manifiesten los que dirigen y dirijan a esta atractiva ciudad. Sensibilidad para saber protegerlo y conservarlo. Cultura para saber que, mientras ese patrimonio exista, también existirá la vida. La de los que aún estamos aquí y la de los que vienen detrás.

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 12 de Junio de este año.)


domingo, 19 de agosto de 2012

Buganvillas: explosión de colores

Hay rincones de esta ciudad, dispares y distantes, que son un auténtico placer para la vista por sus magníficos estallidos de colores. Recorrerla a pie o en coche, en estos días de suaves temperaturas y luz radiante, es ir encontrando, por donde uno menos se lo espera, maravillas naturales que cuelgan o se extienden por pérgolas y paredes cuidadas, muros desvencijados o tierras resecas. 

La protagonista de este regalo para la vista y para el espíritu, es una diminuta y modesta flor blanca, rodeada de hojas modificadas que los especialistas llaman brácteas y que son las que se manifiestan a través de un abanico de colores tal, que va desde el blanco, pasando por varios matices de rojos y violetas, hasta un delicado amarillo que parece oro pulido. Forma parte de una planta trepadora, cuyo tronco y ramas poseen espinas, su nombre procede del apellido del militar francés, Louis de Bougainville, que la descubrió en el Brasil, mediado el siglo XVIII, y es originaria de América del Sur. El viento y las heladas son sus enemigos, mientras que al calor seco lo resiste con bastante dignidad. Su hábitat preferido es el propio de climas benignos y como más a gusto se encuentra y mejor se desarrolla es cuando está protegida de los ataques del dios Eolo. Aunque estas mínimas condiciones para salir adelante nos hagan pensar en una planta delicada y frágil, resulta ser fuerte y sufrida allí donde no cuente con ellas, y lucha y se empeña en hacerse más grande y frondosa, a pesar de momentos inclementes que poco la ayudan. 

Esas bellísimas enredaderas, -como solemos llamarlas los profanos-, podemos disfrutarlas en las lujosas viviendas de las calles que llevan nombres de ilustres científicos, como las del Doctor Marañón, Doctor Zerolo, Doctor Pasteur, o en la del Camino Oliver, todas ellas en la zona media de Santa Cruz. Más arriba, junto a la subida al barrio Cuesta de Piedra, sobre el muro que limita un gran solar, sobrevive dignamente una maraña carmesí intenso, que saluda a todo conductor que pasa muy cerca de ella. Un poco más allá, próxima a la Vuelta de los Pájaros, está la calle Francisco Pizarro. Allí, en una antigua casa clausurada hace pocos años por haber estado ocupada ilegalmente y en la que se produjeron varios conatos de incendio, florece una llamarada roja-naranja que hace olvidar el desastre sobre el que se expande libremente y semeja una prolongación de aquellos fuegos. 

Dos clásicos de estas alegrías para la vista son las que existen en la playa de Las Teresitas, desde tiempo inmemorial, y en la carretera de San Andrés, a la altura de María Jiménez. La primera, surge y se extiende, cada vez más, como una hermosa alfombra violeta pálido sobre un aparente suelo yermo y pedregoso, capaz de mantenerla con vida, años y años. La segunda, corona un largo muro que separa unos jardines con su vivienda, de la vía de regreso del barrio marinero de San Andrés. A pesar de su cercanía al paso continuo de vehículos y la correspondiente polución, sus brácteas rojo bermellón y rojo cadmio siguen tan campantes como siempre. Es probable que quien pasa con frecuencia por allí, ya no repare en su presencia, pero hay momentos de los días más luminosos en que es imposible ignorar su presencia. Sin duda, recibe los cuidados necesarios para que no sea un obstáculo para la circulación y pueda continuar allí para disfrute de los que quieran apreciar su belleza. 
Sirvan estas muestras citadas, como ejemplo de la que es una de las plantas más representativas y frecuentes en cualquier lugar de nuestras islas, no sólo de esta ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Allá donde la benignidad de las temperaturas y la suave brisa acompañen, allí encontraremos explosiones de colores que, como lamparillas encendidas, penden de cualquier muro o pared. No en balde, han sido, y siguen siendo, inspiración para los buenos pintores paisajistas que también abundan por estas tierras. Acuarelistas ilustres como D. Francisco Bonnín Guerín o D. Antonio González Suárez fueron maestros en esta técnica y en este tema. Raros son la casa, la calle o el patio canario que representaran, en los que no aparecieran estas bellas enredaderas. Extraño, también, concebir un paseo por muchos lugares de estos territorios isleños sin que nos encontremos con estas pequeñas, o grandes, cataratas vegetales adornando casas, calles, patios y jardines, y alegrándonos la vista y el espíritu. 

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 17 de Enero de este año. Hoy, después de un invierno muy seco y un verano que lo está siendo también, muchos de los ejemplares descritos han perdido sus flores. Sólo quedan las ramas esperando que las condiciones climáticas sean más benignas, para volver a regalarnos su esplendor habitual) 

jueves, 16 de agosto de 2012

Cambio de imagen

Esta entrada de hoy no va de paseos, sino de explicaciones y agradecimientos. Lo primero, para justificar la nueva cabecera que presidirá este blog, y lo segundo, porque de bien nacidos es ser agradecidos y yo quiero pertenecer a éstos. Entremos, sin más tardanza, en detalles. 
Atendiendo a la estupenda idea que, hace unas pocas fechas, me sugirieron dos excelentes colegas en situación de jubilosos jubilados -como yo-, y blogueros de calidad -donde los haya-, hoy pongo en marcha su propuesta y aquí encabezo mi bitácora chicharrera con una imagen que tengo la esperanza de que responda a lo que me describieron. 
Reitero que la buena idea es de ellos y la ejecución, de quien esto les cuenta, que, cual Dora, la Exploradora - más talludita y espigada que el celebrado personaje infantil -, me contemplo escudriñando, con mi lupa, lo mejor y lo peor -desde mi punto de vista- de un plano de Santa Cruz, amplio y detallado. Y para que quede constancia de lo que se escudriña, que no falte la cámara fotográfica. 
Desde aquí, pues, agradecer a Lolina y a Melchor que hayan tenido la deferencia de hacerme partícipe de cómo me visualizan, cuando me acompañan en estos recorridos, y proponerme que lo convirtiera en imagen de presentación. También, de que sean dos seguidores asiduos de estos paseos - lo cual es un honor para mí -, y, por último, pedirles disculpas si no he sabido materializarlo mejor. En todo caso, cuando me expusieron su idea, me resultó muy ocurrente, simpática y expresiva, y después de madurarla unos días, me atreví a darle forma y aquí está el resultado que, con mejor o peor fortuna, he conseguido. Gracias, una vez más, estimados amigos, y hasta un próximo encuentro.

viernes, 10 de agosto de 2012

Ya florecen los flamboyanes

La ciudad se incendia poco a poco. Un rojo anaranjado intenso llamea sobre un verde brillante logrando el más saturado de los contrastes. Es una llamarada inofensiva que inunda calles, jardines, paseos y parques, y que supone un disfrute para la vista y el espíritu. Santa Cruz de Tenerife ya retiró la suave alfombra malva que dejaron las efímeras flores de los jacarandás y, en su lugar, se van encendiendo las copas de los innumerables flamboyanes que proclaman la llegada del verano. Por donde quiera que se transite, encontraremos ejemplares, en solitario o agrupados, que ya muestran la plenitud de su floración o están en un tímido inicio de conseguirlo.
A pesar de la gran falta de agua que nos acompañó en las estaciones precedentes, esta maravilla natural ha sabido superar la sequía pertinaz y, agradecida por las cuatro gotas que cayeron, comienza a lucirse esplendente y con una fuerza inusitada. Es una especie originaria de la mayor de las islas africanas, Madagascar - aunque allí se está extinguiendo -, pero que se ha adaptado a zonas del mundo tan diversas como todo el continente americano, el sur de Asia, África y Oceanía. Desde la Florida, Hawaii o Puerto Rico, pasando por Méjico, Venezuela y el Caribe, hasta la India, Australia y Canarias, este árbol de silueta que sugiere una sombrilla por lo esbelto de su tronco y la amplitud de su follaje, recibe nombres tan variopintos como chivato, acacia roja o árbol de lumbre, además del más habitual: el españolizado flamboyán o el genuino francés, flamboyant, que, en una traducción bastante libre, quiere decir flameante, que flamea.

Su denominación científica es Delonix regia y puede llegar a medir hasta 12 metros de altura, aunque la media suele ser de 8. Posee una copa de planta casi circular muy extensa y frondosa, apreciada por la enorme sombra que proyecta y en la que habitan sus flores de cuatro grandes pétalos rojos y un quinto, moteado de amarillo y blanco. No cabe duda de que es un árbol diseñado por la Naturaleza para protegernos del sol y el calor que acompaña a los veranos de lugares con clima tropical o subtropical y, por estas latitudes, tenemos el privilegio de disfrutarlo a lo largo y ancho de todo el archipiélago.
La presencia de la luz solar de las últimas semanas, unida a la suavidad de las temperaturas, está propiciando la espectacular explosión de los ejemplares situados en la Rambla de las Tinajas y sus vecinos del Parque García Sanabria; los de las plazas del Barrio de La Salud; los de muchos jardines privados, los de la calle Horacio Nelson y los del Residencial Anaga. Los ubicados en el litoral más próximo, el de Valleseco, ya están despertando y los de Las Teresitas comienzan a cumplir con su papel protector y beneficioso, además de aportar unos cuantos quilates de belleza a un lugar que la va perdiendo, por desgracia, a pasos agigantados.
A poco que estemos atentos y observemos el entorno, cada día más y por los rincones más insólitos de la capital, nos iremos encontrando con estos prodigios que, con su vital colorido, nos anuncian indefectiblemente, la llegada del estío. 

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el pasado 1 de Julio de este mismo año)

lunes, 6 de agosto de 2012

Y ahora, los jacarandás...

Cada estación del año tiene sus encantos, sus árboles, sus plantas y sus flores. En una breve crónica publicada el pasado verano, en esta misma plataforma, hablamos de la belleza de varios especímenes repartidos por nuestra capital y hoy, con una primavera que transcurre con las alteraciones climatológicas que le son propias, queremos destacar la presencia de otra de las especies que más abundan por estas latitudes, en estas fechas: los jacarandás.

No ha llovido todo lo que era de esperar durante el invierno. Sólo ha venido a caer un poco de agua en los últimos días y esta tierra fértil que nos rodea, agradecida, ya deja ver alguno de sus regalos. Sin ir más lejos, esta ciudad capital de provincia se ha visto salpicada, en muchos de sus rincones, por las diminutas flores del esbelto jacarandá. Ya aparecen nuestros jardines, aceras y calles alfombrados por cientos de pequeñas campanillas malvas, que, al más mínimo alisio, se desprenden y caen mansamente, de las finas y largas ramas de este árbol oriundo de la América subtropical. Según los expertos, el nombre de jacarandá tiene etimología guaraní y significa fragante y la que abunda por aquí pertenece al grupo de las mimosifolia, término proveniente del latín que se traduce por hojas parecidas a las de una mimosa. Los jacarandás o jacarandas, como también se les llama, pueden alcanzar alturas entre 6 y 9 m. y sus copas, poco frondosas, suelen extenderse en un área circular de unos 5 o 6 m. de diámetro, siendo muy llamativas sus flores y sus frutos. Las primeras, por su intenso color malva o azul violeta claro y los segundos, por su calidad de leñosos, planos y con forma de castañuelas. La madera de su tronco es muy apreciada en el mundo de la carpintería de interiores.


Es fácil encontrarlos en cualquier rincón de la ciudad y sus copas floreadas destacan claramente sobre las verdes de los laureles o las palmeras, mostrando una asociación cromática muy bella y de efectos relajantes para quien las observe. Calles como el tramo más bajo de Ramón y Cajal o la de Góngora, que limita uno de los laterales del Parque D. Quijote; la de Méndez Núñez, a partir del Parque García Sanabria y hasta su confluencia con la Rambla de Santa Cruz, en la que forman un espectacular techo natural con forma de arco en ojiva, o la propia Rambla a la altura de Horacio Nelson muestran magníficos ejemplares en esta zona intermedia de la capital.
También se pueden disfrutar en la Carretera General que une a Santa Cruz con La Laguna, en la curva de las Dominicas y, más arriba, en el distrito de Ofra, son muy llamativos los de la calle de Elías Bacallado y los pocas que quedan al final de la de Santa María Soledad. Hasta hace un par de años, esta vía ofrecía, de extremo a extremo, una extraordinaria sucesión de jacarandás, en cada una de sus aceras, y, una vez más, el voraz imperio del vehículo rodado impuso su ley y obligó a reducir el ancho de las mismas. Con esa obra desapareció la casi totalidad de aquella excelente muestra y, con ella, un reducto de gran valor en la zona más alta del municipio chicharrero. Quizá, habría que demandar de quienes dicen dedicarse a la cosa pública municipal para mejorar el bienestar de quienes aquí vivimos, que esta indeseable situación no vuelva a repetirse y que, muy al contrario, los jacarandás se cuiden y se protejan, allí donde hoy se les puede admirar. A los jacarandás y a cualquier otra clase de árboles. No en vano, mientras ellos estén, también estará la vida.

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com, el pasado 30 de Abril de este mismo año)

viernes, 3 de agosto de 2012

Belleza con forma de árbol

Entre los rasgos que caracterizan a Santa Cruz de Tenerife destaca, para mí, el de la vegetación. Una vegetación diversa y frondosa que encontramos por todas partes: jardines públicos y privados, parques, ramblas, aceras... No andan muy lejos los días en que muchas de nuestras calles se vieron forradas por una alfombra de color malva, tejida por las flores que se desprendían de los efímeros y espectaculares jacarandás tan frecuentes en nuestra ciudad. Enredaderas con explosión de colores en una gran variedad de buganvillas, plantas autóctonas, flores de todo tipo y tamaño, aunque el verano no es muy propicio para estas últimas. Sin embargo, en esta extraña estación que nos está tocando vivir, podemos contemplar la belleza que poseen varios ejemplares de árboles, que se encuentran en determinadas zonas de esta capital y que poseen ese distintivo floral que ha hecho que me fijara en ellos. No soy especialista en el tema y eso hace que ignore el nombre y las características de casi todos, por lo que sólo ha sido el punto de vista estético el que me ha movido a hacerles partícipes de estos descubrimientos visuales. 
Lo que llama la atención de ellos es su singularidad. Es descubrirlos entre la monotonía verde, propia del estío, lo que les hace más especiales. El rey, por excelencia, es el flamboyán o flamboyano, omnipresente, no sólo en esta ciudad, sino a lo largo y ancho de nuestras islas. Esas flameantes sombrillas naturales, de amplísimo diámetro y exuberantes flores rojo-naranja, las encontramos por todas partes. Donde quiera que vayamos nos reciben, nos saludan, nos acompañan y nos protegen de la radiación solar, por cualquier camino que recorramos. Tanto podemos encontrarlo en solitario, adornando, por ejemplo, un aparcamiento de las afueras como alineado a otros muchos de la especie, en una de las filas de estacionamiento de la playa de Las Teresitas. Es un árbol muy familiar para cualquier santacrucero y, desde pequeños, aprendemos su afrancesado nombre. No me ocurre lo mismo con otras muestras bellísimas que, a diario, suelo encontrar en mis recorridos urbanos y de los que no tengo la suerte de saber cómo se llaman. Sin duda, más de uno de los amables lectores que tienen a bien visitar este blog, estarán capacitados para identificarlos y, desde aquí, les invito a que nos ilustren sobre todo aquello que puedan saber de estos árboles que nos alegran la vista.

Como información complementaria a las imágenes que publico, decir que para localizarlos tendrían que visitar la playa de Las Teresitas, donde además de la exultante línea de flamboyanes encontrarían, cerca de la construcción de la Cruz Roja y casi desapercibido entre las uvas de mar que jalonan el recorrido de los vehículos, un único ejemplar que muestra una tenue y delicada floración rosiblanca, a punto de desaparecer por las embestidas de los alisios tan típicos del verano y de aquel lugar. También tendrían que pasear por la calle de José Víctor Domínguez, en la trasera de la Clínica San Juan de Dios, y por la Avenida de los Príncipes de España, en la zona de Ofra, para admirar unas peculiares flores en matices claros y oscuros del rosa magenta, que surgen directamente de las ramas del árbol que las sostiene y en las que no hay hoja verde alguna. Sin salir de este populoso distrito, pueden acercarse a la de Elías Bacallado, para maravillarse con dos estilizados y poco frondosos ejemplares que captan la atención de cualquiera por el intenso color rojo cadmio, de sus menudas floraciones. Por último, podrían disfrutar con dos o tres más en la calle de Eladio Roca Salazar, muy cerca del Instituto de Enseñanza Secundaria Las Indias. Quizá, éstos pudieran ser hermanos del único existente en Las Teresitas, pero mostrando, en esta ocasión, flores rojas que semejan una fina gasa de ese tono tan cálido, que sólo cubre partes de follaje verde.
Como ven, esta especie de primavera tardía nos está permitiendo que, de momento, nos extasiemos con la visión de estas maravillas con forma de árboles. Si el verano al que estamos acostumbrados por estas latitudes capitalinas, apareciera, es muy posible que lo que hoy les he mostrado, esconda su aspecto actual y esos distintivos cromáticos que surgen radiantes, entre el verdor generalizado de nuestros parques y jardines, formen parte de ese ejército verde y lleguen a pasar desapercibidos hasta el próximo año. Por si esto ocurre, les aconsejo que, en cuanto les sea posible, admiren estos bellísimos ejemplares y disfruten con su visión.

(Esta crónica fue publicada, en loquepasaentenerife.com, el 13 de Agosto del pasado año. Hoy, casi doce meses después, muchos de los árboles descritos y ubicados se mantienen con el mismo aspecto, a pesar de que este verano esté siendo más seco y caluroso que el de entonces).

domingo, 29 de julio de 2012

Los márgenes del Viario

En esta ciudad de Santa Cruz de Tenerife, existe un viario para la circulación de vehículos y peatones que, a lo largo del curso de un barranco, recorre a la ciudad de Norte a Sureste, con un desnivel de tan sólo el 7%. Se le conoce por el viario del Barranco de Santos, tiene una longitud de 2.200 m. y un ancho cuya media es de 6 m.. En coche, comunica en menos de tres minutos a la Avenida de Venezuela,- en el Barrio de La Salud -, con la calle Bravo Murillo,- en la desembocadura del citado barranco -, y a pie, en torno a la media hora. Transcurre bajo los puentes de Zurita, Galcerán y Serrador y se le puede abandonar, para acceder a la ciudad, gracias a tres conexiones estratégicamente situadas.
Allá por 1994, el Ayuntamiento capitalino hizo un llamamiento público para un concurso de ideas con las que afrontar este proyecto y emprendió su ejecución en el año 2000, después de las preceptivas convocatorias para la adjudicación de las obras en cinco fases. La zona baja del recorrido la financiaba el propio ayuntamiento y la más alta,- a partir del Puente Zurita -, lo haría el Cabildo de Tenerife. Cubiertos todos estos trámites, la obra tuvo tres años de retrasos, con alguna paralización por medio debida a reclamaciones de las empresas a las que se les adjudicaron, y ocho años para llevarla a cabo.
El presupuesto inicial fue de 73 millones de euros y, como ocurre casi siempre en los proyectos públicos, el coste final fue de 85. El Consistorio justificó esta diferencia de 12 millones con los modificados que hubo que hacer al trazado original, - por las dificultades que entrañaban las características del terreno -, y a las revisiones periódicas para la actualización de los precios, dados los años de duración de la obra. Después de varias fechas de apertura de la vía, por fin, el pasado 28 de Junio de 2010, con mucho bombo y platillo y la inevitable presencia de los políticos de turno, fue abierta al tráfico.
Hasta aquí, toda la información objetiva que cualquier persona puede obtener en las hemerotecas locales y en los servicios de información del propio Ayuntamiento. Pero nuestra entrada de hoy no va por repetir lo que todo habitante interesado en los asuntos de su ciudad sabe, desde el momento en que se producen, gracias a los distintos medios informativos. No, señores, no. Está motivada por el penoso aspecto que ofrecen algunos puntos de los márgenes del viario y, en especial, los que corresponden al tramo más próximo a los barrios del Uruguay y de La Salud, aunque alguno hay, también, en su primera parte. Según dijeron las fuentes de comunicación antes citadas, el Cabildo de Tenerife se comprometía, asimismo, a ejecutar un proyecto para el embellecimiento de aquellos laterales del barranco que lo requirieran. Sobre todo, a partir del Puente Zurita.
Ese plan pasa por la recuperación de las fachadas de todas las construcciones que dan al citado barranco y por medidas de acondicionamiento de la vegetación existente en su recorrido. Estas son las fechas – más de dos años, ya – y el aspecto sigue siendo el mismo de siempre: pequeños vertederos de escombros y maderas, - que van en aumento -, al pie de traseras y delanteras de edificaciones sin revestir y sin siquiera un albeado, y maleza descontrolada que engulle especies vegetales autóctonas como, por ejemplo, palmeras y pequeños dragos.


Contemplando la modernidad del diseño de un viario que pretende ser símbolo de una ciudad contemporánea y avanzada, resulta paradójico el contraste ofrecido por ese lamentable abandono del adecentamiento de sus riberas y surgen, inevitables, las preguntas: ¿Por qué no se afrontó lo proyectado para ellas, antes de abrirlo a la circulación? ¿No estaba presupuestado, también, el costo de ese apartado del plan? ¿Pasarán otros cuatro, cinco u ocho años para que lo emprendan? ¿Cuánto costará entonces? ¿Será el argumento de la tan cacareada crisis, - cuando conviene -, el que pague el pato de la desidia que sufren muchas de nuestras obras públicas, en estos momentos? (véanse el Centro Ambulatorio de Especialidades Rumeu Hardissson, Cuartel de S. Carlos, Centro de Salud del Cristo, en La Laguna, y otros muchos que harían demasiado prolija esta lista) ¿Por qué, en estas tierras, cuando se lleva a cabo cualquier obra con fondos del erario, jamás se finaliza al completo, antes de entregarla o inaugurarla? ¿A quién o a quiénes benefician estos incumplimientos? ¿Qué imagen se está dando al que nos visita esporádicamente o está un cierto tiempo entre nosotros? Si se sigue ahondando en el tema, esta relación de preguntas se ampliaría con toda seguridad, pero como casi siempre ocurre, todas se quedarán en el aire - o en el papel -, porque nadie de los que debieran responderlas estará dispuesto a hacerlo.

En cualquier caso, no sería mala cosa pedir a los que dicen que se dedican a la cosa pública, porque quieren ayudar a conseguir el bienestar de sus conciudadanos, que hagan bueno ese deseo. Como vecinos, usuarios y contribuyentes sería nuestro deber y nuestro derecho, exigirlo.