El término patrimonio proviene del latín patrimonium y se refiere al conjunto de bienes que pertenece a una persona física o jurídica, pero, en un sentido más amplio, se vincula a la herencia y los derechos adquiridos por una comunidad o grupo social concreto. Hablaríamos, en este último caso, de un patrimonio cultural o simbólico. Es a esta acepción del vocablo a la que hoy queremos referirnos, ya que los que somos y vivimos en esta ciudad capital de la provincia occidental canaria hemos heredado - y dejaremos en herencia - las joyas verdes que posee el territorio capitalino. Desde siempre, una de las señas de identidad de Santa Cruz de Tenerife es su amplia y variada vegetación y para ello me baso en el hecho diario de recorrer sus calles y avenidas, ya sea a pie o en vehículo, y observar la presencia constante de toda clase de especies vegetales que van desde árboles de gran tamaño y múltiples especies hasta una amplia diversidad de flores.
Pero, quizá, la prueba irrefutable de esta comprobación cotidiana nos la proporcione un punto de vista lo suficientemente alto y distante como para apreciar los núcleos de mayor concentración vegetal que posee la capital y cómo se reparten a lo largo y ancho de la misma. El lugar elegido es el mirador de Los Campitos, en el monte de Las Mesas, a sólo unos pocos minutos, en coche, desde el centro urbano. Provista, pues, de una cámara con un buen teleobjetivo, inicio el trabajo de campo que me permitirá dejar constancia gráfica de ese inconmensurable patrimonio que hay que proteger y conservar en las debidas condiciones.







Como muestra de algunos de los casos de esta indeseable práctica, una de las más sangrantes: la desaparición de todos los jacarandás de la calle Ramón Gil- Roldán y la de todos los tuliperos del Gabón que proporcionaban una beneficiosa sombra a quienes transitaban por la de Obispo Pérez Cáceres. Ambas en el señero barrio del Uruguay, cuando se procedió a su Plan de Embellecimiento y Mejora (¡qué ironía!) y se prescindió, incluso, de las pocetas necesarias para una posterior repoblación. Menos mal que sus vecinos reaccionaron y, después de manifestarse donde hiciera falta, lograron que se practicaran huecos en las nuevas aceras y se plantaran unos arbustos que, hoy, no protegen del sol a los que pasan por allí y sólo decoran.
Nuestra esperanza de que todo el patrimonio vegetal que hoy poseemos no se vea mermado por la intervención humana estriba en la sensibilidad y cultura que manifiesten los que dirigen y dirijan a esta atractiva ciudad. Sensibilidad para saber protegerlo y conservarlo. Cultura para saber que, mientras ese patrimonio exista, también existirá la vida. La de los que aún estamos aquí y la de los que vienen detrás.
(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 12 de Junio de este año.)