
Esa convicción llevó a que, en los primeros años de la década de los 60, se diseñara el anteproyecto de la necesaria dársena pesquera y que se sustentara sobre tres aspectos fundamentales, que paso a detallarles. El primero era el de construir una superficie útil de 207.000 metros cuadrados ganada al mar y con una suave pendiente. Su finalidad era permitir el desarrollo de distintas empresas relacionadas con la actividad de la pesca y que se instalaran allí. El segundo, construir una Vía Litoral que comunicara a la dársena con el centro urbano de Santa Cruz, ofreciendo la posibilidad de ubicar Varaderos y Astilleros que dieran debida atención a las naves acogidas en el área pesquera. El muelle de operaciones tendría 1.330 metros de línea de atraque que resolvería, con holgura, los problemas de las embarcaciones de pesca de todo tamaño. Por último, el tercero sería el de acercar el núcleo capitalino al Valle de San Andrés con todo su potencial turístico, poniendo en marcha, asimismo, la solución al viejo tema de Las Teresitas.
Ajustados los datos del proyecto definitivo, la superficie de la nueva dársena sería de 291.477 metros cuadrados, de los que 17.700 corresponderían al dique-muelle, distribuyéndose el resto entre una franja de terrenos de 30 metros de ancho, que transcurriría a lo largo de todos los muelles de ribera, para su servicio, y que ocuparía un total de 22.200, y los 20 metros de ancho correspondientes a la Vía Litoral que se extendería sobre una superficie de 207.577 metros cuadrados. Su construcción se simultaneó, allá por los comienzos de los 70, con la de la escollera de Las Teresitas y el relleno de la playa con arena sahariana.
Por definición, una dársena pesquera se concibe, en principio, para el fin indicado por su nombre, pero termina convirtiéndose, además, en un lugar que acoge la industria frigorífica asociada a la pesca, talleres de mecánica y de reparación de contenedores y naves deportivas, además de actividades de logística y de la industria auxiliar que tiene que ver con el quehacer portuario. Al responder a todos estos apartados, se la ha calificado como Lugar de Interés Comunitario (LIC), lo que significa dificultades importantes a la hora de planear posibles ampliaciones. Y ese, el de la ampliación de nuestra dársena, hace casi una docena de años, ha hecho correr ríos de tinta en los medios de comunicación y en los juzgados competentes.
Desde entonces, se han llevado a cabo varias denuncias provenientes de colectivos afectados por la concesión de los terrenos ganados al mar, que dicen que ha habido irregularidades patentes, y por asociaciones en defensa del medio marino, que demuestran la desaparición de sebadales indispensables para la alimentación de especies propias de aquellos fondos. Hasta la edificación del recientemente inaugurado nuevo Instituto Oceanográfico de Canarias está cuestionada. Todo ese mar proceloso de querellas llevó a que los jueces paralizaran, no se sabe hasta cuándo, cualquier actuación en el espacio ampliado.
El visitante no habitual que recorra la extensa explanada correspondiente a la ampliación, con largas y anchas vías jalonadas por enormes solares poblados de rastrojos, se lleva la imagen de una especie de deshabitada ciudad fantasma, cerrada al océano por una muralla inexpugnable. Todo ello, producto de un fracaso, que ha costado millones de euros del erario y que se han tirado al mar. Por desgracia, nunca mejor dicho.
(Esta crónica se publicó en loquepasaentenerife.com, el 7 de Octubre de 2011. Con ella quiero continuar el recorrido por el litoral santacrucero iniciado en Las Teresitas y en dirección a la capital. Hay puntos lo suficientemente interesantes como para detenerse en ellos.)