Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 23 de septiembre de 2012

Los orígenes de la dársena pesquera del puerto de Santa Cruz

Unir debidamente Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia occidental canaria, con el futuro turístico que representaba la hermosa playa de Las Teresitas para esta ciudad, fue uno de los objetivos prioritarios de las autoridades de la época. Ampliar el ámbito de los ya insuficientes puertos santacruceros, también entraba en esa categoría de asuntos vitales que dan prestigio a cualquier urbe situada a orillas del Atlántico y con muchos kilómetros de litoral. La solución para alcanzar esas dos metas a la vez, era la misma: construir una dársena pesquera, lo suficientemente amplia como para albergar instalaciones adecuadas, y una conexión ideal con el distrito marinero de San Andrés y el recinto de Las Teresitas. 

Esa convicción llevó a que, en los primeros años de la década de los 60, se diseñara el anteproyecto de la necesaria dársena pesquera y que se sustentara sobre tres aspectos fundamentales, que paso a detallarles. El primero era el de construir una superficie útil de 207.000 metros cuadrados ganada al mar y con una suave pendiente. Su finalidad era permitir el desarrollo de distintas empresas relacionadas con la actividad de la pesca y que se instalaran allí. El segundo, construir una Vía Litoral que comunicara a la dársena con el centro urbano de Santa Cruz, ofreciendo la posibilidad de ubicar Varaderos y Astilleros que dieran debida atención a las naves acogidas en el área pesquera. El muelle de operaciones tendría 1.330 metros de línea de atraque que resolvería, con holgura, los problemas de las embarcaciones de pesca de todo tamaño. Por último, el tercero sería el de acercar el núcleo capitalino al Valle de San Andrés con todo su potencial turístico, poniendo en marcha, asimismo, la solución al viejo tema de Las Teresitas.
Pero, como cualquier ejecución de un proyecto, ésta también habría de ser financiada y sólo la suma de capitales de distintas procedencias lo haría posible. El presupuesto inicial, según el anteproyecto realizado por el ingeniero D. Miguel Pintor, era de 264 millones a los que habría que añadir los 10 millones de la urbanización de la Vía Litoral (alumbrado, desagües, pavimento y arbolado). Las aportaciones de los diversos organismos que iban a intervenir, se calcularían en función de los beneficios que la obra generara. Así pues, las cantidades mayores procederían de la Junta del Puerto, con 136 millones de las pesetas de entonces, y de las empresas privadas, con 111 millones. La Administrativa de Obras Públicas, con 9 millones y el Cabildo y el Ayuntamiento, con algo más de 8 millones cada uno, completaban un total redondeado por lo alto, de 275 millones de pesetas. Los de la iniciativa privada estaban condicionados a la fecha de inicio de la obra, que debía de ser inmediata, y a la ejecución total de la misma, que no debía durar más de dos años. Canalizar esta aportación particular era responsabilidad de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación y, por último, la dársena habría de extenderse desde el Dique del Este hasta Punta del Valle, poco antes del barrio de San Andrés. 
Ajustados los datos del proyecto definitivo, la superficie de la nueva dársena sería de 291.477 metros cuadrados, de los que 17.700 corresponderían al dique-muelle, distribuyéndose el resto entre una franja de terrenos de 30 metros de ancho, que transcurriría a lo largo de todos los muelles de ribera, para su servicio, y que ocuparía un total de 22.200, y los 20 metros de ancho correspondientes a la Vía Litoral que se extendería sobre una superficie de 207.577 metros cuadrados. Su construcción se simultaneó, allá por los comienzos de los 70, con la de la escollera de Las Teresitas y el relleno de la playa con arena sahariana.
Por definición, una dársena pesquera se concibe, en principio, para el fin indicado por su nombre, pero termina convirtiéndose, además, en un lugar que acoge la industria frigorífica asociada a la pesca, talleres de mecánica y de reparación de contenedores y naves deportivas, además de actividades de logística y de la industria auxiliar que tiene que ver con el quehacer portuario. Al responder a todos estos apartados, se la ha calificado como Lugar de Interés Comunitario (LIC), lo que significa dificultades importantes a la hora de planear posibles ampliaciones. Y ese, el de la ampliación de nuestra dársena, hace casi una docena de años, ha hecho correr ríos de tinta en los medios de comunicación y en los juzgados competentes. Desde entonces, se han llevado a cabo varias denuncias provenientes de colectivos afectados por la concesión de los terrenos ganados al mar, que dicen que ha habido irregularidades patentes, y por asociaciones en defensa del medio marino, que demuestran la desaparición de sebadales indispensables para la alimentación de especies propias de aquellos fondos. Hasta la edificación del recientemente inaugurado nuevo Instituto Oceanográfico de Canarias está cuestionada. Todo ese mar proceloso de querellas llevó a que los jueces paralizaran, no se sabe hasta cuándo, cualquier actuación en el espacio ampliado. 
El visitante no habitual que recorra la extensa explanada correspondiente a la ampliación, con largas y anchas vías jalonadas por enormes solares poblados de rastrojos, se lleva la imagen de una especie de deshabitada ciudad fantasma, cerrada al océano por una muralla inexpugnable. Todo ello, producto de un fracaso, que ha costado millones de euros del erario y que se han tirado al mar. Por desgracia, nunca mejor dicho.

(Esta crónica se publicó en loquepasaentenerife.com, el 7 de Octubre de 2011. Con ella quiero continuar el recorrido por el litoral santacrucero iniciado en Las Teresitas y en dirección a la capital. Hay puntos lo suficientemente interesantes como para detenerse en ellos.)