Si eran pocas las señales de deterioro de la playa de Las Teresitas, en Santa Cruz de Tenerife, ahora se ha añadido una más: la de la rotura del tramo final de la vía asfaltada, que viene de los aparcamientos. Es una de las secuelas que dejó el enfurecido mar de fondo que, coincidiendo con la marea alta de la madrugada del pasado 30 de Agosto, inundó y destrozó gran parte de la primera línea del marinero barrio de San Andrés.

Si hacemos todo el recorrido del recinto playero, partiendo de la aciaga construcción, no es difícil ir encontrando muestras constantes del lamentable estado al que se le ha dejado llegar. Veremos gran parte del piso próximo a los flamboyanes y palmeras del aparcamiento, fragmentado y descarnado. Sobre todo, en el nivel más cercano a la montaña, a donde no debió llegar el presupuesto fijado para hacer el superficial lavado de cara del reciente Agosto.
Continuando por el camino de asfalto nos encontramos, frente a la trasera de la Cruz Roja, los restos de las bases sobre las que se apoyaban cuatro grandes prismas que debieron servir de oficinas o viviendas para el personal de la empresa constructora OHL, encargada de mover tierras antes de iniciar las obras que fueron paralizadas por el juez responsable del caso Teresitas.
Más adelante, en una pequeña explanada pegada a la pared del Roque de los Órganos, existen dos enormes contenedores, semienterrados, que sirven de vertederos de todo tipo de resto que se quiera vaciar allí, en especial, bolsas de basura que dejan los bañistas que pasan los fines de semana en sus alrededores, en la época veraniega. Cuando el sol y el calor dan de lleno y los alisios se dejan sentir, el hedor de la zona se hace insoportable.
Como cierre de los desastres en este trayecto de ida, la antes comentada rotura del punto más alto de la rotonda final y un rótulo que lleva muchos años allí. Prohíbe, en varios idiomas, el paso de peatones por el dique que forma parte de la protección de la playa. El embate de las olas, en aquel lugar, suele ser peligroso en muchas ocasiones y actualmente tiene varios tramos destrozados también por el último temporal. Nunca nadie ha respetado ese cartel, que allí continúa como elemento decorativo.
En el camino de vuelta, si lo hacemos junto al muro que sirve de límite con la arena, tendremos la oportunidad de disfrutar de la visión del mar y las palmeras, pero también del uso impune de éstas como columnas de apoyo de numerosas hamacas amontonadas junto a ellas o bajo la sombra de varias agrupaciones de uvas de mar, ocupando mucho espacio y restándoselo a los usuarios que quisieran aprovechar esas sombras. También es frecuente encontrar invadida la de muchas palmeras individuales con hamacas vacías, pero que quienes las alquilan las tienen reservadas para sus futuros clientes.
Hace un par de veranos, presenciamos los malos modos con que un hamaquero se negó a dejar libre una de esas sombras, requerida por unas bañistas que querían protegerse bajo la palmera. Ante su negativa, aquellas señoras fueron en busca de los policías asignados a la vigilancia de la playa. Bastantes minutos más tarde, éstos se presentaron, dieron la razón a las usuarias e hicieron un informe para que, en un futuro inmediato, se dejaran libres de hamacas todas las palmeras ocupadas. Esta es la fecha en que nada de aquella situación ha cambiado. Todo lo contrario: cada vez, hay más ocupadas por hamacas sin alquilar.
Otro apartado tristemente mencionable es el de los ruidos y olores a gasoil que parten de los distintos kioscos que se intercalan en esa línea del muro limítrofe con la arena. Los generadores que poseen para disponer de electricidad, se encargan de enrarecer la paz deseable en recintos como este.
Si a ese desagradable olor le añadimos el nauseabundo de algunos de los desagües de estas mismas instalaciones, se pueden imaginar fácilmente lo irrespirables que pueden llegar a ser determinadas zonas.
Éstos son, a grandes rasgos, los signos más evidentes de lo que representa un deterioro lamentable de la que, desde hace muchas décadas, debiera ser la joya más preciada del litoral capitalino y, más aún, cuando ya no se cuenta con el que fuera referente veraniego de los santacruceros, el antiguo Balneario de Educación y Descanso, ni tampoco con el más reciente proyecto de la playa de Valleseco.
La sensación que tiene el que va allí con frecuencia, es de que la autoridad no existe, -aunque haya un puesto de la Policía Local, a mitad de playa-, y a nadie le importa el deplorable aspecto que va mostrando el lugar, a medida que pasa el tiempo. La lentitud de una Justicia sobrecargada y los muchos intentos de especulación, más o menos oculta, que han existido en torno a Las Teresitas, desde hace casi medio siglo, van a contribuir a que esas muestras aumenten, si alguien con más sensibilidad y visión de futuro no lo remedia.
(El 10 de Noviembre de 2011 se publicó esta crónica en loquepasaentenerife.com. A día de hoy, absolutamente nada de lo relatado aquí ha cambiado en aquel recinto costero. Más bien, el deterioro se agudiza y aumenta lamentablemente.)