Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 13 de octubre de 2013

Depósitos y torreones

Desde muy niña, he visto en Santa Cruz unas construcciones muy peculiares que, de siempre, han acaparado mi atención. En casa, oía que los llamaban torreones de la luz, a unos, y depósitos del agua, a los otros. Hoy, continúan ahí. Testigos mudos e inamovibles que han visto cómo han ido transformándose sus alrededores y, a ellos, se les ha ido perdonando la vida. Si esa vida fuera animada, seguro que estarían pensando que si siguen en el mismo sitio y sin grandes cambios, es porque aún son necesarios a la ciudad. Y no se equivocarían. Incluso, a los depósitos de agua en particular, se les adecenta y embellece cada cierto tiempo, con una campaña de mantenimiento encomiable, por parte de la empresa que gestiona los asuntos del líquido elemento. Seguramente, como parte de su compromiso legal con la institución pública que dirige esta ciudad. 
Menos cuidadas aparecen las tres antiguas estaciones transformadoras, que permitieron los inicios de la iluminación de la capital, y que aún se conservan. Según los anales, fueron construidas en la década de los años 20 del pasado siglo, y solían encargarse a prestigiosos arquitectos de la época, siendo el técnico municipal, D. Antonio Pintor y Ocete, el responsable de estos "torreones de la luz", que muestran características del estilo ecléctico imperante en aquellos años. Dos de ellos siguen teniendo vida activa gestionada por la compañía Unelco-Endesa, mientras que el otro sólo sobrevive al paso de los años. Están situados con bastante proximidad, unos de otros. En sentido descendente, la primera de estas viejas estaciones está en la calle Horacio Nelson, en el cruce de esta vía con la del Perdón (antigua General Goded) y el Camino Oliver. La siguiente tiene difícil localización, porque se encuentra en el interior de los jardines del Parque García Sanabria. Concretamente, en los aledaños a José Naveiras o de Los Campos, muy cerca del acceso a este recinto, desde esta calle y su confluencia con la de Méndez Núñez. El tercero y último está en la vía ascendente de la Rambla 25 de Julio, frente al antiguo edificio de la Escuela de Comercio, hoy, sede de la escuela de Empresa y Turismo. 

Además de estas estaciones en forma de torres, se conservan otras dos, en la Cruz del Señor y en Ofra, que no responden, en absoluto, a este diseño, aunque pertenecen a la misma época que las anteriores. La primera es de estilo puramente racionalista y fue diseñada y construida por el arquitecto José Blasco, de cuyo proyecto no se llevó a cabo el edificio anexo que él concibió. Se encuentra en la esquina formada por la Avenida de Ángel Romero, con la calle José Turina. Hoy aparece rodeada de un muro que impide apreciar, por completo, su calidad. Tanto ésta como la de Ofra, pasan desapercibidas, porque están integradas en el mosaico de edificaciones de esas amplias zonas de la ciudad y no están debidamente mantenidas, ofreciendo un aspecto poco deseable, para su indudable valor histórico-industrial. 

Los depósitos de agua potable, más fáciles de localizar en nuestra ciudad, son el de la Plaza de Toros y el de Salamanca. Ambos fueron construidos por la empresa privada EMMASA, entre los años 50 y 60 del siglo XX y son de factura arquitectónica similar, aunque de dimensiones y ubicación muy diferentes. El primero ocupa una buena superficie rectangular limitada por la calle Comandante Sánchez Pinto y la zona de aparcamientos de la calle Horacio Nelson. Tiene una magnífica visibilidad, dado que es una construcción exenta, sin ninguna otra edificación adosada a ella. Hubo un tiempo en el que su aspecto fue bastante lamentable y se temió por su paralización e, incluso, desaparición, pero el crecimiento demográfico imparable y el sentido común de alguna autoridad, han hecho que se la regenerara y recuperara con todo su esplendor. 

El otro depósito emblemático, por su antigüedad, es el de Salamanca, llamado así porque su solar se ubica en el límite del barrio del mismo nombre y el del Uruguay, estando su entrada en la calle de Febles Campos. Al contrario que el de la Plaza de Toros, colinda con el Colegio público Salamanca (antiguo José Antonio) y una antigua guardería infantil, gestionada con fondos públicos, y hoy cerrada. Hasta hace unos pocos meses, era imposible saber sus características desde fuera, porque una gran portada metálica y sin huecos, impedía ver su interior. Recientemente, esa portada fue sustituida por una cancela mucho más ligera y abierta y que deja ver un pequeño sector del interior de la instalación. Como la de Horacio Nelson, también dejaba ver un deterioro exterior deplorable, pero se ha subsanado al mismo tiempo que se sustituyó la portada de acceso. 

También en otros lugares de la ciudad, podemos apreciar, con relativa facilidad, depósitos de construcción posterior y de menor interés arquitectónico, como puede ser el de Tío Pino, entre la calle del mismo nombre y la de Pedro José de Mendizábal, en la urbanización Tristán, o también el de la zona de Ofra, en la esquina correspondiente a las calles Nicolás González Sopranis y José Víctor Domínguez, en la trasera de los jardines de la clínica San Juan de Dios. 

Sirvan las muestras de hoy como ejemplo de la arquitectura industrial que se hizo, en esta capital, en la primera parte del siglo XX y que, por fortuna, aún perviven y cohabitan con otras mucho más modernas, pero quizá también más anodinas y de menor interés, desde el punto de vista estrictamente estético, y que es el que siempre mueve a quien esto les cuenta.

lunes, 14 de enero de 2013

El balcón, elemento arquitectónico en desuso

Entre los elementos que conforman un edificio, quizá sea el balcón - si está entre ellos - el que más pueda llamar la atención e identificarlo. Pero antes sería conveniente saber, de modo preciso, lo que es un balcón. El diccionario de la RAE lo define como un hueco abierto al exterior, desde el suelo de la habitación, con barandilla por lo común saliente. 
A esta básica descripción responden todos los elegidos, aunque algunos se enriquecen con la inclusión de ventanales de cristal que protegen a la vivienda del viento, el polvo, el ruido y la polución de la calle. Los hay con barandilla de hierro forjado, que ofrecen laboriosos diseños. También de mampostería combinada con metal o con balaustres de piedra o de escayola, más o menos artísticos. Asimismo, se pueden ver unos cuantos realizados en buena madera y reproduciendo el modelo del balcón típico canario. Otros se inspiran en las elegantes líneas británicas de la época victoriana. Y algunos, los menos, muestran macetas con flores y plantas que aportan una nota de color al paisaje urbano y representan uno de los usos más frecuentes del balcón, en épocas pasadas. 
En esta entrada de hoy me gustaría destacar algunos de los numerosos balcones interesantes que hay en nuestra ciudad. Pero no a los oficiales, a los que disponen de pedigrí clasificado e historiografiado. A esos los conoce cualquier aficionado a la arquitectura urbana local. Mi deseo concreto es describir y mostrar, a través de las imágenes, algunos ejemplares que, siempre bajo mi personal punto de vista estético, pueden ser dignos de admirarse a poco que levantemos la vista y los descubramos. 
Desde hace ya bastante tiempo, las nuevas construcciones han ido eliminando la presencia de este elemento arquitectónico que, antiguamente, cubría un papel fundamentalmente social. Las ciudades eran más pequeñas y, por extensión, sus barrios también. Sus habitantes se conocían y se relacionaban mucho más de lo que se hace actualmente y el balcón servía, por ejemplo, de escaparate de las jóvenes casaderas, a las cuales saludaban o daban una serenata, desde la calle, sus coetáneos pretendientes. Un componente de las fachadas para ver y ser vistos. También, para sentarse, charlar con los vecinos más próximos y disfrutar del buen tiempo que suele hacer por estas tierras todo el año. Otra finalidad ha sido la de engalanarlos con flores y plantas de todo tipo y alegrar la vista de quienes los contemplaban. Igualmente, para disfrutar de las procesiones, cabalgatas y toda clase de desfiles que transcurrieran por las vías de los pueblos y ciudades. 
Desde ellos, tanto se cantaba una sentida saeta en Semana Santa como se proclamaba el pregón de cualquier festejo. Aún hoy, estas costumbres se mantienen en algunos lugares y a ellas se han añadido los homenajes a las glorias alcanzadas por nuestros deportistas más destacados, que se asoman a los balcones de los ayuntamientos para recibir el aplauso y la admiración de vecinos y seguidores enfervorecidos. Los líderes religiosos y los representantes de las realezas también usan el balcón como tribuna para comunicarse con sus fieles y simpatizantes. 

Desde que las ciudades aumentaron su superficie y el número de sus habitantes, la presencia de este aditamento constructivo ha ido desapareciendo paulatinamente. Los edificios también han crecido en altura y sólo ofrecen fachadas exentas de estos salientes tan útiles y tan celebrados en otros tiempos. Hoy la comunicación y las relaciones personales responden a otros criterios, a otros patrones y a otros instrumentos, por lo que la razón de ser del balcón ya no tiene mucho sentido. Ni siquiera como elemento simplemente decorativo.En Santa Cruz, aún existen muchísimos por cualquier rincón de la ciudad pero, como muestra representativa de todos ellos, vayan los escogidos por mí y, reitero, siempre bajo mi personal punto de vista. 
Me gustaría comenzar haciendo una especial mención a la calle Numancia, en el barrio de Los Hoteles, porque reúne tal variedad de balcones, que no se repite en ninguna otra y es digna de recorrerse desde la Rambla 25 de Julio hasta la plaza de Ireneo González, para disfrutar de todos ellos. 
También en la de Méndez Núñez se pueden observar verdaderas joyas en los números 9, 19, 38 y 46, todos acristalados y con artísticos remates geométricos. Lo mismo ocurre con las de El Castillo e Imeldo Serís, de las que destaco los de la Casa Elder, en la zona alta de la primera calle. Si ascendemos hasta Enrique Wolfson, encontraremos, en su recorrido final, una serie de viviendas de dos plantas con un tipo de balcón similar, pero que se diferencian en sus colores y balaustres. 
A mitad de la misma calle, en el nº 25 , nos encontramos con un especimen de traza racionalista, quizá de los últimos años 30 del s. XX. En el nº 14 de Veremundo Perera, en el barrio del Uruguay, aparece otro ejemplar de la misma factura y época. En ambos casos, responden a un esquema muy simple y modesto, con curva en uno de sus extremos y barandillas de tubos metálicos. De los que se ajustan al diseño canario hay varios salpicados por toda la ciudad, mencionando, por ejemplo, los dos de la calle Icod, del barrio de La Salud, y los de los números 44 y 46 de la Rambla de Benito Pérez Armas, que hacen esquina con Simón Bolívar. 
Junto a estos seleccionados anónimos quiero mencionar algunos ejemplares de los consagrados Entre ellos, el del antiguo palacio de Carta, en la Plaza de la Candelaria; los autóctonos de madera noble que forman parte de las lujosas casonas situadas en la gran esquina formada por la rambla de Benito Pérez Armas y Avenida Islas Canarias (antigua General Mola); algo más arriba, y en esta misma avenida, frente a la Compañía Cervecera, los de otra mansión conocida, popularmente, como "La linda tapada". 
Volviendo al centro de la ciudad, entre la calle Méndez Núñez y la rambla 25 de Julio, son muy hermosos los de otra señera edificación: la que es sede de la Jefatura de Asuntos Económicos militares. Como puede observarse, en los puntos más opuestos de la capital seguimos contando con magníficos supervivientes de este elemento arquitectónico. 
Pero no quiero cerrar esta entrada sin llamar la atención sobre el único modelo de balcón veneciano que, según decía el antiguo propietario de la casa en la que se encuentra, existe en esta ciudad. Está construido en madera pintada de blanco, cubierto por un curioso tejadillo de ángulo muy pronunciado y, como remate, una especie de pináculo meramente decorativo. La barandilla muestra finos balaustres que imitan columnas con arcos de ojiva entrelazados, muy propios del estilo gótico. Forma parte destacada de la vivienda de dos plantas, situada en el nº 9 de la Rambla de Santa Cruz y muy próxima a la confluencia de ésta con la Avenida Islas Canarias, aunque pasa algo desapercibido por la cercanía de las frondosas copas de los laureles de Indias que tiene enfrente. 
Este tema daría para un par de entradas más, pero creo suficiente representación de la calidad y variedad de balcones existentes en esta ciudad, la que hoy he querido compartir con quien pueda interesarse por estos elementos arquitectónicos que aún podemos disfrutar. Ojalá no desaparezcan y se les valore debidamente como un patrimonio urbano más. Que la especulación, la desidia y el desinterés no acaben con ellos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

El otro Santa Cruz

Para mí, el otro Santa Cruz es el que no está a la vista fácilmente, el que coincide con parte del subsuelo de la capital. El que se encuentra en los márgenes del curso de nuestros barrancos, en especial, el de Santos. El que, cuando llueve a mares y con fuerza torrencial, ha corrido y sigue corriendo grandes riesgos. El que, probablemente, nació de la perentoria necesidad, de los más desfavorecidos, por buscar un rincón en el que contar con un techo, aún a costa de perderlo todo. El que comenzó siendo un asentamiento de chabolas y, hoy, casi desaparecidas, dan paso a viviendas algo más sólidas y habitables, pero siempre con esa espada damocliana de las escorrentías que pueden debilitar sus cimientos y arrastrar con todo lo que tanto esfuerzo supuso en su momento e, incluso, atentar contra la integridad física de los que allí viven. Es el Santa Cruz más humilde, el que aspira a mejorar cuando se le conceda una vivienda de construcción pública que aleje ese peligro latente y permanente. Es un Santa Cruz diminuto, comparado con el resto de la urbe, pero que existe tanto como el mayor. 




Un sector de ese Santa Cruz podemos verlo - que no admirarlo -, desde el puente del que fuera alcalde de la ciudad, allá por los primeros años 70, el médico y militar, D. Javier de Loño Pérez. Antes de ese puente que, por iniciativa del regidor municipal, se tendió para unir el núcleo urbano con el populoso barrio de La Salud, ya estaba ese poblado ribereño del barranco. Algo más tarde, se asfaltó el Camino a la Ermita, al que se accede por la parte alta del puente y que nos lleva, en descenso, hasta el lecho del barranco. Por un momento, una se siente transportada a un rincón más propio de un plácido bosque que de una ciudad ruidosa y plagada de edificios y vehículos. En aquella época, quedaba más oculto a la mirada de los más curiosos, pero desde la construcción del puente, su existencia quedó a la luz y a la vista de todo el que se asoma a sus barandas. Frente a este remanso de paz, al otro lado del cauce, se descuelgan del Barrio Nuevo chicharrero unas cuantas casas que, también, forman parte de este otro Santa Cruz. Asimismo, desde el nuevo Viario del barranco se cuenta con un punto de vista, más bajo, que permite observar parte de las viviendas que están en la base del puente y, además, llegar hasta ellas por uno de los paseos que parten de esta vía. 

Si seguimos el cauce de este accidente geográfico, en dirección a La Laguna, se llega al nivel medio del mismo barrio y, a la altura de lo que se construyó para ser un mercado destinado a la alimentación y su zona de aparcamientos, rodeando su trasera, también hay una suerte de chabolas con signos inequívocos de estar habitadas. Signos en forma de antenas de televisión que "conviven" con vertederos de viejos electrodomésticos y restos de materiales de construcción. Su presencia resulta increíble a estas alturas del siglo y encoge el corazón de quien las descubre... 

El otro Santa Cruz se completa con el que estuvo a punto de desaparecer totalmente y se encuentra en una de las zonas residenciales más selectas de la capital: el barrio de Los Hoteles. Discurre a lo largo de otra de las fisuras geográficas de la ciudad, la del barranco de Los Lavaderos, y va a desembocar - ironías de la vida - en la trasera del señorial y lujoso Hotel Mencey. Desde siempre, allí se asienta ese otro Santa Cruz que, con el nombre del barranco, constituye otro grupo de viviendas peligrosamente alzadas a lo largo de su cauce. Ese riesgo de desaparición casi absoluta se materializó , por desgracia, el 31 de Marzo de 2002 y lo que había antes de aquella terrible riada y lo que queda hoy de él, tienen poco que ver. Aquella avalancha de agua y lodo destruyó y sepultó gran parte de las humildes casas que allí se encaramaban y acabó con la vida de algunos de sus habitantes. Actualmente sólo quedan las del margen más próximo a las lujosas edificaciones del lugar. 

En ese otro Santa Cruz, algún agente de la autoridad municipal, especializado en temas del sector de la juventud que está en riesgo de exclusión social, localiza a muchachos fugados de sus centros de acogida, cuando éstos rechazan su permanencia en estas instituciones o son sancionados por su conducta irregular. El testimonio oral de uno de estos funcionarios del orden, emitido, no hace mucho, en una emisora de radio de ámbito nacional, estremece el alma por sus tintes de triste realidad. Contaba que cuando alguno desaparece, él se dirige de inmediato a esas chabolas que aún existen, con la seguridad de que allí los va a encontrar. Pocas veces se ha equivocado... 

La mejor noticia sobre este otro Santa Cruz es que, tanto en el barranco de Santos como en el de Los Lavaderos, se han ido construyendo muros de contención y canalización de las aguas que discurren por ellos cuando llueve. Ambos han recibido, a lo largo de la historia de la ciudad, grandes avalanchas como consecuencia de la fuerza que les imprime todo lo que viene desde los lugares más altos de sus cauces y que, no siempre, se ha podido controlar. Por desgracia, han tenido que ocurrir sucesos gravísimos, para que las autoridades vayan tomando conciencia del riesgo permanente a que están sometidas esas pequeñas, pero igualmente importantes, zonas capitalinas. Hoy, la visión de esos muros debe tranquilizar a los que habitan ese otro Santa Cruz y a los que, por alguna circunstancia, nos interesamos por él.

martes, 16 de octubre de 2012

Las ruinas del Balneario

(Con esta entrada finalizo esta pequeña serie dedicada a los puntos de mayor interés que he recorrido desde Las Teresitas hasta Santa Cruz capital.)

Cuando una pasa, casi a diario y a lo largo de los últimos años, por delante de lo que queda de las fachadas del antiguo Balneario de Santa Cruz y de la Residencia de Educación y Descanso José Miguel Delgado Rizo, no le queda otro remedio que asociarlas a una época estupenda de su infancia y juventud. 
Cuando una pasa por lo que queda de la zona posterior de ambos edificios, de manera extraordinaria y para sacar fotos de las mismas, no le queda otro remedio que sentir mucha tristeza y desolación ante el espectáculo sobrecogedor al que se ha dejado que llegue una de las joyas del ocio de gentes canarias, peninsulares e internacionales. 
Lo descubrí hace un par de meses y la visión de aquellas ruinas me encogió el corazón y me impactó desagradablemente. Me costó asimilar lo que estaba viendo, porque nunca pensé que aquel emblemático Balneario al que a diario acudíamos cientos de usuarios de la época, para pasar una jornada de feliz asueto, estuviera en un estado de abandono y ruina tan deplorable. En aquella ocasión, no pude sacar fotos y, con la decisión firme de hacerlas públicas, volví hace pocos días para tomarlas. 
En una y otra ocasión, me resultó muy extraño ver lo que queda de todo aquel recinto, engullido y rodeado por el asfalto, por los vehículos que circulan por la Vía de Servicio del Puerto y por una gasolinera y sus instalaciones accesorias. Me faltaba algo fundamental en mis recuerdos, necesitaba rescatar la visión del Balneario y su Residencia con su playa de callaos y el mar batiendo suavemente contra ellos. Por contra, me pareció estar contemplando una maqueta gigante, con signos similares a los de un bombardeo, en medio de un paisaje deshumanizado y tecnificado. 
Ese mar que echo en falta fue empujado, hacia afuera, a la fuerza. Alejado todo lo que se consideró necesario, con la ayuda de toneladas y toneladas de relleno, hormigón y asfalto, para construir la enorme explanada que, desde los primeros 90, ocupa la prolongación del puerto de la capital y llega hasta la dársena pesquera que finaliza muy cerca de San Andrés. Una explanada llena de pilas amontonadas de contenedores, además de algunas edificaciones portuarias y que, entre todos, han fabricado un auténtico muro que no permite, siquiera, la vista de ese mar empujado. Hecho este prólogo de nostalgias y sensaciones, pasemos a justificar, con datos, lo que para algunos puede resultar una exageración: que la Residencia y el Balneario fueron una de las joyas del ocio local, peninsular e internacional, teniendo como referente su primera década de existencia.
Entre Julio y Septiembre, de los años 50, una media de 700 personas distribuidas en turnos de diez o quince días, disfrutaban de alojamiento y pensión completa en las instalaciones de aquella residencia modélica, a la orilla del mar. Los precios eran muy asequibles, para los trabajadores de entonces. En los turnos familiares, cada componente pagaba diez pesetas por día, y en los individuales, quince. La capacidad de la Residencia era de algo más de un centenar de plazas individuales y en torno a las noventa familiares. La vida allí era de total libertad, respetándose los horarios para las comidas y para el cierre de la instalación, que era a la una de la madrugada. En las tardes-noches, se celebraban juegos, concursos y bailes, para chicos y mayores y, cada turno, disfrutaba de dos excursiones a distintos puntos de la isla. El tiempo de estancia se clausuraba con una animada fiesta protagonizada por los propios residentes y en la que se hacía entrega de regalos y diplomas a los que habían participado en las distintas actividades celebradas. El uso de las instalaciones del Balneario era independiente y, si se accedía a él, la entrada les costaba la mitad que a los no residentes. 
El período veraniego estaba reservado para los trabajadores sindicados que, con o sin familia, residían en nuestras islas, pero, por parte de los responsables de la Organización Sindical de la que dependía la Residencia, se hacían gestiones y se fijaban directrices, para organizar turnos con productores agropecuarios procedentes de la península, Norte de África y resto del extranjero, con intercambio de los trabajadores nacionales y los del país que nos visitaba. La presencia de estos últimos se estrenó con la estancia de veinticuatro ingleses, a los que se llevó a visitar lo más representativo de la isla, comenzando con el Teide y todo el entorno de Las Cañadas. 
El personal que sacaba adelante las prestaciones del establecimiento público, estaba formado por diecisiete empleados: el director, dos auxiliares dedicados a la administración y la intendencia, un cocinero, tres ayudantes, un pinche, un camarero, un portero y siete encargadas de la limpieza. Tanto la Residencia como el Balneario contaban con un Patronato cada uno y, ambos, por medio de sus representantes sindicales, llevaban a la Organización las sugerencias y deseos de los usuarios de las citadas dependencias. 
Hoy, más que sugerirles un paseo por lo que queda de ellas, he querido traerles un poco de su función cotidiana. Mi intención última es que sirva de homenaje a todos los que aprendimos a nadar en aquel entrañable rincón, a los que fueron grandes nadadores de los equipos que allí se formaban y entrenaban, y a quienes tuvieron el placer y la fortuna de vivir días magníficos en aquella instalación modélica y avanzada. Ninguna de estas virtudes impidió que la ambición desmedida de unos pocos, sobre el bien común de muchísimos, y el afán megalómano de unos políticos insensibles e insaciables, acabara con aquel reducto de indudable valor social, por encima de ningún otro. 
Para quienes deseen conocer datos precisos de la historia y los avatares de estas tristemente desaparecidas instalaciones, les facilito unos cuantos enlaces con distintos medios de comunicación locales, que, con frecuencia, han abordado y abordan un tema tan ligado al devenir de esta capital: 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Las Teresitas: el deterioro que no cesa

Si eran pocas las señales de deterioro de la playa de Las Teresitas, en Santa Cruz de Tenerife, ahora se ha añadido una más: la de la rotura del tramo final de la vía asfaltada, que viene de los aparcamientos. Es una de las secuelas que dejó el enfurecido mar de fondo que, coincidiendo con la marea alta de la madrugada del pasado 30 de Agosto, inundó y destrozó gran parte de la primera línea del marinero barrio de San Andrés.
Ha pasado algo más de dos meses. Se trabaja a fondo para subsanar y proteger la citada línea. Se debate la altura del murete que la Dirección General de Costas y el Ayuntamiento han decidido levantar, provisionalmente, para evitar que se repita otro episodio como aquel, pero no hay visos de atender la fractura que aparece en el asfalto de la pequeña rotonda que han de rodear todos aquellos que llegan al final de la playa con un vehículo. El último tramo de la vía, que comprende desde el acceso a la playa, previo a la sede de la Cruz Roja, hasta la citada rotonda, está cortado y sólo se puede transitar a pie o en bicicleta. Comparado con lo ocurrido en el frente del barrio, es un mal menor, pero mucho nos tememos que su recuperación, si se llega a dar, no la veremos antes del próximo verano. Se convertirá, pues, en un indicio más de la desidia y deterioro manifiestos, desde hace ya demasiado tiempo, de aquel bonito rincón.
Nadie duda de la magnífica playa artificial que se obtuvo en los 70, a pesar de los inconvenientes de una arena que está fuera de lugar. Tampoco se cuestiona el avance que supuso contar con unas amplias superficies de asfalto para el aparcamiento. Lo lamentable es constatar que para poder disponer del resto de instalaciones adecuadas, ha habido que pasar por un concurso público de ideas, muy controvertido en su fallo, mucho más contestado desde que se vieron los primeros movimientos de tierra y la construcción de parte del desgraciadamente conocido "mamotreto" y, recientemente, anulado por el actual Consistorio.
Si hacemos todo el recorrido del recinto playero, partiendo de la aciaga construcción, no es difícil ir encontrando muestras constantes del lamentable estado al que se le ha dejado llegar. Veremos gran parte del piso próximo a los flamboyanes y palmeras del aparcamiento, fragmentado y descarnado. Sobre todo, en el nivel más cercano a la montaña, a donde no debió llegar el presupuesto fijado para hacer el superficial lavado de cara del reciente Agosto. 

Si continuamos en este nivel del parking, a la altura de los accesos 6 y 7, una especie de lengua de tierra invade el espacio de 21 aparcamientos en batería, inutilizándolos para su uso y perjudicando, especialmente, a los que acuden con su vehículo los domingos y festivos del verano.
Continuando por el camino de asfalto nos encontramos, frente a la trasera de la Cruz Roja, los restos de las bases sobre las que se apoyaban cuatro grandes prismas que debieron servir de oficinas o viviendas para el personal de la empresa constructora OHL, encargada de mover tierras antes de iniciar las obras que fueron paralizadas por el juez responsable del caso Teresitas.
Más adelante, en una pequeña explanada pegada a la pared del Roque de los Órganos, existen dos enormes contenedores, semienterrados, que sirven de vertederos de todo tipo de resto que se quiera vaciar allí, en especial, bolsas de basura que dejan los bañistas que pasan los fines de semana en sus alrededores, en la época veraniega. Cuando el sol y el calor dan de lleno y los alisios se dejan sentir, el hedor de la zona se hace insoportable.
Como cierre de los desastres en este trayecto de ida, la antes comentada rotura del punto más alto de la rotonda final y un rótulo que lleva muchos años allí. Prohíbe, en varios idiomas, el paso de peatones por el dique que forma parte de la protección de la playa. El embate de las olas, en aquel lugar, suele ser peligroso en muchas ocasiones y actualmente tiene varios tramos destrozados también por el último temporal. Nunca nadie ha respetado ese cartel, que allí continúa como elemento decorativo.
En el camino de vuelta, si lo hacemos junto al muro que sirve de límite con la arena, tendremos la oportunidad de disfrutar de la visión del mar y las palmeras, pero también del uso impune de éstas como columnas de apoyo de numerosas hamacas amontonadas junto a ellas o bajo la sombra de varias agrupaciones de uvas de mar, ocupando mucho espacio y restándoselo a los usuarios que quisieran aprovechar esas sombras. También es frecuente encontrar invadida la de muchas palmeras individuales con hamacas vacías, pero que quienes las alquilan las tienen reservadas para sus futuros clientes.
Hace un par de veranos, presenciamos los malos modos con que un hamaquero se negó a dejar libre una de esas sombras, requerida por unas bañistas que querían protegerse bajo la palmera. Ante su negativa, aquellas señoras fueron en busca de los policías asignados a la vigilancia de la playa. Bastantes minutos más tarde, éstos se presentaron, dieron la razón a las usuarias e hicieron un informe para que, en un futuro inmediato, se dejaran libres de hamacas todas las palmeras ocupadas. Esta es la fecha en que nada de aquella situación ha cambiado. Todo lo contrario: cada vez, hay más ocupadas por hamacas sin alquilar.
Otro apartado tristemente mencionable es el de los ruidos y olores a gasoil que parten de los distintos kioscos que se intercalan en esa línea del muro limítrofe con la arena. Los generadores que poseen para disponer de electricidad, se encargan de enrarecer la paz deseable en recintos como este.
Si a ese desagradable olor le añadimos el nauseabundo de algunos de los desagües de estas mismas instalaciones, se pueden imaginar fácilmente lo irrespirables que pueden llegar a ser determinadas zonas.
Éstos son, a grandes rasgos, los signos más evidentes de lo que representa un deterioro lamentable de la que, desde hace muchas décadas, debiera ser la joya más preciada del litoral capitalino y, más aún, cuando ya no se cuenta con el que fuera referente veraniego de los santacruceros, el antiguo Balneario de Educación y Descanso, ni tampoco con el más reciente proyecto de la playa de Valleseco.
La sensación que tiene el que va allí con frecuencia, es de que la autoridad no existe, -aunque haya un puesto de la Policía Local, a mitad de playa-, y a nadie le importa el deplorable aspecto que va mostrando el lugar, a medida que pasa el tiempo. La lentitud de una Justicia sobrecargada y los muchos intentos de especulación, más o menos oculta, que han existido en torno a Las Teresitas, desde hace casi medio siglo, van a contribuir a que esas muestras aumenten, si alguien con más sensibilidad y visión de futuro no lo remedia.

(El 10 de Noviembre de 2011 se publicó esta crónica en loquepasaentenerife.com. A día de hoy, absolutamente nada de lo relatado aquí ha cambiado en aquel recinto costero. Más bien, el deterioro se agudiza y aumenta lamentablemente.)

domingo, 29 de julio de 2012

Los márgenes del Viario

En esta ciudad de Santa Cruz de Tenerife, existe un viario para la circulación de vehículos y peatones que, a lo largo del curso de un barranco, recorre a la ciudad de Norte a Sureste, con un desnivel de tan sólo el 7%. Se le conoce por el viario del Barranco de Santos, tiene una longitud de 2.200 m. y un ancho cuya media es de 6 m.. En coche, comunica en menos de tres minutos a la Avenida de Venezuela,- en el Barrio de La Salud -, con la calle Bravo Murillo,- en la desembocadura del citado barranco -, y a pie, en torno a la media hora. Transcurre bajo los puentes de Zurita, Galcerán y Serrador y se le puede abandonar, para acceder a la ciudad, gracias a tres conexiones estratégicamente situadas.
Allá por 1994, el Ayuntamiento capitalino hizo un llamamiento público para un concurso de ideas con las que afrontar este proyecto y emprendió su ejecución en el año 2000, después de las preceptivas convocatorias para la adjudicación de las obras en cinco fases. La zona baja del recorrido la financiaba el propio ayuntamiento y la más alta,- a partir del Puente Zurita -, lo haría el Cabildo de Tenerife. Cubiertos todos estos trámites, la obra tuvo tres años de retrasos, con alguna paralización por medio debida a reclamaciones de las empresas a las que se les adjudicaron, y ocho años para llevarla a cabo.
El presupuesto inicial fue de 73 millones de euros y, como ocurre casi siempre en los proyectos públicos, el coste final fue de 85. El Consistorio justificó esta diferencia de 12 millones con los modificados que hubo que hacer al trazado original, - por las dificultades que entrañaban las características del terreno -, y a las revisiones periódicas para la actualización de los precios, dados los años de duración de la obra. Después de varias fechas de apertura de la vía, por fin, el pasado 28 de Junio de 2010, con mucho bombo y platillo y la inevitable presencia de los políticos de turno, fue abierta al tráfico.
Hasta aquí, toda la información objetiva que cualquier persona puede obtener en las hemerotecas locales y en los servicios de información del propio Ayuntamiento. Pero nuestra entrada de hoy no va por repetir lo que todo habitante interesado en los asuntos de su ciudad sabe, desde el momento en que se producen, gracias a los distintos medios informativos. No, señores, no. Está motivada por el penoso aspecto que ofrecen algunos puntos de los márgenes del viario y, en especial, los que corresponden al tramo más próximo a los barrios del Uruguay y de La Salud, aunque alguno hay, también, en su primera parte. Según dijeron las fuentes de comunicación antes citadas, el Cabildo de Tenerife se comprometía, asimismo, a ejecutar un proyecto para el embellecimiento de aquellos laterales del barranco que lo requirieran. Sobre todo, a partir del Puente Zurita.
Ese plan pasa por la recuperación de las fachadas de todas las construcciones que dan al citado barranco y por medidas de acondicionamiento de la vegetación existente en su recorrido. Estas son las fechas – más de dos años, ya – y el aspecto sigue siendo el mismo de siempre: pequeños vertederos de escombros y maderas, - que van en aumento -, al pie de traseras y delanteras de edificaciones sin revestir y sin siquiera un albeado, y maleza descontrolada que engulle especies vegetales autóctonas como, por ejemplo, palmeras y pequeños dragos.


Contemplando la modernidad del diseño de un viario que pretende ser símbolo de una ciudad contemporánea y avanzada, resulta paradójico el contraste ofrecido por ese lamentable abandono del adecentamiento de sus riberas y surgen, inevitables, las preguntas: ¿Por qué no se afrontó lo proyectado para ellas, antes de abrirlo a la circulación? ¿No estaba presupuestado, también, el costo de ese apartado del plan? ¿Pasarán otros cuatro, cinco u ocho años para que lo emprendan? ¿Cuánto costará entonces? ¿Será el argumento de la tan cacareada crisis, - cuando conviene -, el que pague el pato de la desidia que sufren muchas de nuestras obras públicas, en estos momentos? (véanse el Centro Ambulatorio de Especialidades Rumeu Hardissson, Cuartel de S. Carlos, Centro de Salud del Cristo, en La Laguna, y otros muchos que harían demasiado prolija esta lista) ¿Por qué, en estas tierras, cuando se lleva a cabo cualquier obra con fondos del erario, jamás se finaliza al completo, antes de entregarla o inaugurarla? ¿A quién o a quiénes benefician estos incumplimientos? ¿Qué imagen se está dando al que nos visita esporádicamente o está un cierto tiempo entre nosotros? Si se sigue ahondando en el tema, esta relación de preguntas se ampliaría con toda seguridad, pero como casi siempre ocurre, todas se quedarán en el aire - o en el papel -, porque nadie de los que debieran responderlas estará dispuesto a hacerlo.

En cualquier caso, no sería mala cosa pedir a los que dicen que se dedican a la cosa pública, porque quieren ayudar a conseguir el bienestar de sus conciudadanos, que hagan bueno ese deseo. Como vecinos, usuarios y contribuyentes sería nuestro deber y nuestro derecho, exigirlo.