Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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lunes, 14 de enero de 2013

El balcón, elemento arquitectónico en desuso

Entre los elementos que conforman un edificio, quizá sea el balcón - si está entre ellos - el que más pueda llamar la atención e identificarlo. Pero antes sería conveniente saber, de modo preciso, lo que es un balcón. El diccionario de la RAE lo define como un hueco abierto al exterior, desde el suelo de la habitación, con barandilla por lo común saliente. 
A esta básica descripción responden todos los elegidos, aunque algunos se enriquecen con la inclusión de ventanales de cristal que protegen a la vivienda del viento, el polvo, el ruido y la polución de la calle. Los hay con barandilla de hierro forjado, que ofrecen laboriosos diseños. También de mampostería combinada con metal o con balaustres de piedra o de escayola, más o menos artísticos. Asimismo, se pueden ver unos cuantos realizados en buena madera y reproduciendo el modelo del balcón típico canario. Otros se inspiran en las elegantes líneas británicas de la época victoriana. Y algunos, los menos, muestran macetas con flores y plantas que aportan una nota de color al paisaje urbano y representan uno de los usos más frecuentes del balcón, en épocas pasadas. 
En esta entrada de hoy me gustaría destacar algunos de los numerosos balcones interesantes que hay en nuestra ciudad. Pero no a los oficiales, a los que disponen de pedigrí clasificado e historiografiado. A esos los conoce cualquier aficionado a la arquitectura urbana local. Mi deseo concreto es describir y mostrar, a través de las imágenes, algunos ejemplares que, siempre bajo mi personal punto de vista estético, pueden ser dignos de admirarse a poco que levantemos la vista y los descubramos. 
Desde hace ya bastante tiempo, las nuevas construcciones han ido eliminando la presencia de este elemento arquitectónico que, antiguamente, cubría un papel fundamentalmente social. Las ciudades eran más pequeñas y, por extensión, sus barrios también. Sus habitantes se conocían y se relacionaban mucho más de lo que se hace actualmente y el balcón servía, por ejemplo, de escaparate de las jóvenes casaderas, a las cuales saludaban o daban una serenata, desde la calle, sus coetáneos pretendientes. Un componente de las fachadas para ver y ser vistos. También, para sentarse, charlar con los vecinos más próximos y disfrutar del buen tiempo que suele hacer por estas tierras todo el año. Otra finalidad ha sido la de engalanarlos con flores y plantas de todo tipo y alegrar la vista de quienes los contemplaban. Igualmente, para disfrutar de las procesiones, cabalgatas y toda clase de desfiles que transcurrieran por las vías de los pueblos y ciudades. 
Desde ellos, tanto se cantaba una sentida saeta en Semana Santa como se proclamaba el pregón de cualquier festejo. Aún hoy, estas costumbres se mantienen en algunos lugares y a ellas se han añadido los homenajes a las glorias alcanzadas por nuestros deportistas más destacados, que se asoman a los balcones de los ayuntamientos para recibir el aplauso y la admiración de vecinos y seguidores enfervorecidos. Los líderes religiosos y los representantes de las realezas también usan el balcón como tribuna para comunicarse con sus fieles y simpatizantes. 

Desde que las ciudades aumentaron su superficie y el número de sus habitantes, la presencia de este aditamento constructivo ha ido desapareciendo paulatinamente. Los edificios también han crecido en altura y sólo ofrecen fachadas exentas de estos salientes tan útiles y tan celebrados en otros tiempos. Hoy la comunicación y las relaciones personales responden a otros criterios, a otros patrones y a otros instrumentos, por lo que la razón de ser del balcón ya no tiene mucho sentido. Ni siquiera como elemento simplemente decorativo.En Santa Cruz, aún existen muchísimos por cualquier rincón de la ciudad pero, como muestra representativa de todos ellos, vayan los escogidos por mí y, reitero, siempre bajo mi personal punto de vista. 
Me gustaría comenzar haciendo una especial mención a la calle Numancia, en el barrio de Los Hoteles, porque reúne tal variedad de balcones, que no se repite en ninguna otra y es digna de recorrerse desde la Rambla 25 de Julio hasta la plaza de Ireneo González, para disfrutar de todos ellos. 
También en la de Méndez Núñez se pueden observar verdaderas joyas en los números 9, 19, 38 y 46, todos acristalados y con artísticos remates geométricos. Lo mismo ocurre con las de El Castillo e Imeldo Serís, de las que destaco los de la Casa Elder, en la zona alta de la primera calle. Si ascendemos hasta Enrique Wolfson, encontraremos, en su recorrido final, una serie de viviendas de dos plantas con un tipo de balcón similar, pero que se diferencian en sus colores y balaustres. 
A mitad de la misma calle, en el nº 25 , nos encontramos con un especimen de traza racionalista, quizá de los últimos años 30 del s. XX. En el nº 14 de Veremundo Perera, en el barrio del Uruguay, aparece otro ejemplar de la misma factura y época. En ambos casos, responden a un esquema muy simple y modesto, con curva en uno de sus extremos y barandillas de tubos metálicos. De los que se ajustan al diseño canario hay varios salpicados por toda la ciudad, mencionando, por ejemplo, los dos de la calle Icod, del barrio de La Salud, y los de los números 44 y 46 de la Rambla de Benito Pérez Armas, que hacen esquina con Simón Bolívar. 
Junto a estos seleccionados anónimos quiero mencionar algunos ejemplares de los consagrados Entre ellos, el del antiguo palacio de Carta, en la Plaza de la Candelaria; los autóctonos de madera noble que forman parte de las lujosas casonas situadas en la gran esquina formada por la rambla de Benito Pérez Armas y Avenida Islas Canarias (antigua General Mola); algo más arriba, y en esta misma avenida, frente a la Compañía Cervecera, los de otra mansión conocida, popularmente, como "La linda tapada". 
Volviendo al centro de la ciudad, entre la calle Méndez Núñez y la rambla 25 de Julio, son muy hermosos los de otra señera edificación: la que es sede de la Jefatura de Asuntos Económicos militares. Como puede observarse, en los puntos más opuestos de la capital seguimos contando con magníficos supervivientes de este elemento arquitectónico. 
Pero no quiero cerrar esta entrada sin llamar la atención sobre el único modelo de balcón veneciano que, según decía el antiguo propietario de la casa en la que se encuentra, existe en esta ciudad. Está construido en madera pintada de blanco, cubierto por un curioso tejadillo de ángulo muy pronunciado y, como remate, una especie de pináculo meramente decorativo. La barandilla muestra finos balaustres que imitan columnas con arcos de ojiva entrelazados, muy propios del estilo gótico. Forma parte destacada de la vivienda de dos plantas, situada en el nº 9 de la Rambla de Santa Cruz y muy próxima a la confluencia de ésta con la Avenida Islas Canarias, aunque pasa algo desapercibido por la cercanía de las frondosas copas de los laureles de Indias que tiene enfrente. 
Este tema daría para un par de entradas más, pero creo suficiente representación de la calidad y variedad de balcones existentes en esta ciudad, la que hoy he querido compartir con quien pueda interesarse por estos elementos arquitectónicos que aún podemos disfrutar. Ojalá no desaparezcan y se les valore debidamente como un patrimonio urbano más. Que la especulación, la desidia y el desinterés no acaben con ellos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Parques infantiles? Sí, por favor

Suele pasar que los seres humanos nos mostremos más sensibles con determinados temas o asuntos, cuando los disfrutamos o los sufrimos en propias carnes. Digo esto por ser una adulta con mucha presencia infantil en la familia y que no huye de ella. Todo lo contrario: la busca para ir al cine, salir de paseo o llevarla a algún parque infantil. Después de más de cuarenta años practicando esta encantadora, divertida y, - a veces -, agotadora costumbre, se puede decir que tengo bastante experiencia en estas lides, lo que me da cierta perspectiva para valorar y opinar sobre la calidad y adecuación, en particular, de los espacios destinados al juego de los más pequeños. 

En Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia canaria del mismo nombre, existe una red de recintos públicos que bajo el distintivo de infantiles, pretenden ser zonas habilitadas para las actividades lúdicas que deben formar parte del desarrollo, sano y normal, de todo niño. Sobre todo, en sus primeros años de vida.

Muy pocos de los antiguos parques han sobrevivido al paso del tiempo, aunque algunos han sido renovados y actualizados. La mayoría son de nueva creación y, supuestamente, bajo el asesoramiento y diseño de expertos en el tema, aunque en alguno se llegue a dudar. Los más visitados están en el Parque García Sanabria, donde siempre lo hubo, pero en distintas ubicaciones; en la Alameda del Duque de Santa Elena, junto a la remozada Plaza de España, y en el Parque Secundino Delgado, en la calle del Perdón (antigua General Goded), del barrio de Salamanca. La red más solicitada se completa con un mínimo reducto recientemente instalado en el interior de la Plaza del Príncipe, con pequeño tren incluido; otro, en la plaza del Residencial Anaga, rodeado por varios edificios de aquella zona; uno más, en la Plaza de Fátima, en el Barrio del Uruguay, y dos o tres aparatos diseñados para los más pequeños, en algunos tramos intermedios de la Rambla de Santa Cruz (antigua Rambla del General Franco). Hecho este recuento de los lugares más visitados, analicemos los pros y los contras de cada uno, desde el punto de vista de ciudadana contribuyente y asidua acompañante de menores usuarios.


El del García Sanabria es el que cuenta con mayor número y variedad de aparatos adecuados y bastante seguros para los más menudos, entendiendo por éstos desde los que aún gatean hasta los de cuatro o cinco años. En la Alameda del Duque de Santa Elena son bien pocos los elementos de juego, aunque estén bastante demandados por niños y padres y a pesar del riesgo de la proximidad de vías de intensa circulación de vehículos. Los inconvenientes de estos dos lugares son: primero, la arena, que hace que los críos la lleven con ellos, hasta el momento del baño, en ojos, boca y nariz y por mucho que sacudamos su calzado, sus ropas y sus juguetes; segundo, la dificultad para aparcar en sus alrededores. No todos los que acuden allí son vecinos del entorno. Proceden de otros puntos de la ciudad que carecen de este tipo de entretenimiento y han de desplazarse hasta ellos en sus propios vehículos. Sólo se cuenta con aparcamientos cerrados y privados cuyas tarifas son abusivas y no todas las economías familiares (y menos en estos tiempos) pueden permitírselo.

El parque Secundino Delgado es un caso aparte y merece un análisis más detallado. Ha hecho correr torrentes de tinta. Sorprendentemente, en él se ha ignorado al sector más pequeño e indefenso de los menores. Los aparatos que tiene sólo comportan peligro para esta franja infantil que, curiosa paradoja, es la de asistencia más fiel y numerosa. Para comprobarlo, no hay más que pasar por allí, después de las 5 de cada tarde laborable y en cualquier momento de los festivos. Ocupa un espacio muy amplio, con paseos y jardines muy agradables para sentarse a charlar, leer o simplemente contemplar el entorno. Pero, aún contando con esos privilegios, no existen esos juegos para los más pequeños ni tampoco baños adecuados para ellos, ni para nadie. Los familiares que les acompañan suelen quejarse de estas carencias que, por otra parte, vienen haciéndose, prácticamente, desde su inauguración, hace ya más de tres años. A todos estos agravantes también hay que añadir el de la precariedad para aparcar que es, incluso, peor que los antes mencionados, porque no existe, ni siquiera, la posibilidad de los parkings privados. 

Del resto de recintos nombrados, destaco la ubicación y seguridad de la Plaza del Residencial Anaga, bien alejado del siempre peligroso paso de vehículos, aunque muy parco en la instalación de juegos y, como todos, con dificultades para dejar el coche con cierta cercanía. Por el contrario, las virtudes de éste son los riesgos de los dos pequeños trenes estáticos instalados en el tramo de la Rambla que está a la salida de los colegios de aquella zona. Conocido es el tráfico incesante de las vías que la jalonan y, para mí, no representa suficiente seguridad la valla que les rodea ni las jardineras de mayor altura que suplieron, en su última remodelación, a las anteriores. Recuerdo la perplejidad que me produjo descubrir, en su día, la “brillante” idea de plagar de aparatos infantiles gran parte del recorrido de este bello paseo. No existían entonces las jardineras y, mucho menos, las vallas relativamente protectoras. Menos mal que algún responsable municipal posterior y con más sentido común que el de la idea original, debió ordenar lugares más apropiados, dentro de la misma rambla, y con las citadas protecciones. Pero, ni con esto, nunca llevaré allí a cualquier criatura de la que me haga responsable.

No menciono los espacios que poseen algunos barrios del extrarradio, porque su estado de deterioro es tan grande que pueden considerarse inservibles y desaparecidos. A ello han contribuido tanto la falta de civismo de los vándalos de turno que, seguramente, se amparan en la nocturnidad para destrozar todo lo que encuentran por el puro gusto de hacerlo, como a la falta de una mínima vigilancia que contribuya a protegerlos. Como ejemplo más conocido, el que había en el estupendo Parque de las Indias, sito en el barrio de La Salud bajo y próximo a la Avenida de Venezuela.

Para cerrar esta crónica inevitablemente amplia, hacer referencia al artículo “La ciudad de los niños”, publicado por el diario La Opinión, el pasado 18 de Mayo, en el que se dice que el candidato (entonces) y hoy, alcalde ya de Santa Cruz, D. José Manuel Bermúdez, respondiendo a su principio de “cultura de los pequeños detalles”, tiene planeado, para sus cuatro años de mandato, la construcción de 20 nuevos parques infantiles repartidos en los cinco distritos capitalinos. El conjunto estrella del proyecto, según sus declaraciones, será la creación del mayor parque infantil de Canarias, en la futura Ciudad del Mar.
Desde estas modestas líneas, sólo me queda instar al Sr. Bermúdez a que cumpla con su promesa y que yo pueda verlo. Los niños de la ciudad y sus familiares se lo agradeceremos mucho.

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 22 de Junio de 2011 y firmada por Cristo Velázquez, pseudónimo utilizado por la autora de este blog)

domingo, 26 de agosto de 2012

El patrimonio vegetal de Santa Cruz

El término patrimonio proviene del latín patrimonium y se refiere al conjunto de bienes que pertenece a una persona física o jurídica, pero, en un sentido más amplio, se vincula a la herencia y los derechos adquiridos por una comunidad o grupo social concreto. Hablaríamos, en este último caso, de un patrimonio cultural o simbólico. Es a esta acepción del vocablo a la que hoy queremos referirnos, ya que los que somos y vivimos en esta ciudad capital de la provincia occidental canaria hemos heredado - y dejaremos en herencia - las joyas verdes que posee el territorio capitalino. Desde siempre, una de las señas de identidad de Santa Cruz de Tenerife es su amplia y variada vegetación y para ello me baso en el hecho diario de recorrer sus calles y avenidas, ya sea a pie o en vehículo, y observar la presencia constante de toda clase de especies vegetales que van desde árboles de gran tamaño y múltiples especies hasta una amplia diversidad de flores.

Pero, quizá, la prueba irrefutable de esta comprobación cotidiana nos la proporcione un punto de vista lo suficientemente alto y distante como para apreciar los núcleos de mayor concentración vegetal que posee la capital y cómo se reparten a lo largo y ancho de la misma. El lugar elegido es el mirador de Los Campitos, en el monte de Las Mesas, a sólo unos pocos minutos, en coche, desde el centro urbano. Provista, pues, de una cámara con un buen teleobjetivo, inicio el trabajo de campo que me permitirá dejar constancia gráfica de ese inconmensurable patrimonio que hay que proteger y conservar en las debidas condiciones.


Las dos últimas estaciones y lo que va de esta primavera han estado muy escasas en agua y nuestros espacios verdes lo acusan. La práctica ausencia de las beneficiosas lluvias está haciendo estragos en los ejemplares que aparecen en aceras, parques, ramblas y jardines. Tampoco la situación económica permite pagar el riego que garantizaría un desarrollo óptimo de todos ellos y, aunque se contara con los dineros, las reservas acuíferas disponibles aconsejan ser muy austeros en su uso. Todo ello nos da una imagen un tanto apagada y poco habitual de cualquiera de los rincones en los que podemos encontrar y admirar tanta variedad y cantidad de verdes, naranjas, lilas, ocres, amarillos o rojos, aunque todo lo englobemos bajo el predominante: el verde.


Si hacemos un recorrido de izquierda a derecha y tomamos como espina dorsal de referencia  la larga línea generada por la Rambla de Santa Cruz, de Las Asuncionistas y de Los Reyes Católicos, podremos ubicar el resto de lugares que reúnen mayor cantidad de vegetación. El punto de arranque de éstas permite vislumbrar algunos de los impresionantes laureles de la Avenida de Anaga, espectacular hilera verde que transcurre paralela al mar, pero que no se aprecia desde esta atalaya porque queda oculta por una muralla de edificaciones de ocho y diez plantas, construida en primera línea, allá por los años 60-70. Las Ramblas, que tienen una longitud total de casi cuatro kilómetros, tampoco las veremos al completo. Sólo pequeños tramos, porque también las jalonan construcciones de diversas alturas. En el primer tercio de ellas saldrá a nuestro encuentro un trapezoide de más de 67.000 metros cuadrados que lo convierten en el mayor de los pulmones verdes que tiene el gusto de poseer esta ciudad. Es el Parque Municipal García Sanabria, construido en 1926 y objeto de una remodelación importante desde Octubre de 2004 hasta Junio de 2006. Tiene características de jardín botánico, porque muchas de las especies que allí habitan están catalogadas por su condición de ser raras o únicas. Próxima al Parque nos encontramos la Plaza de Weyler, construida en 1893 y con 3.600 m2 de superficie, en la que conviven el omnipresente laurel con arbustos, plantas y flores ornamentales de variados colores.

Si dirigimos la vista hacia el Sur de la capital descubriremos otro reducto verde en medio de enormes edificios. Es el Parque Don Quijote, próximo al estadio Heliodoro Rodríguez López y que en su día fue emblema natural de aquella zona emergente y punto de encuentro para el descanso y la comunicación de sus numerosos habitantes. Más abajo y lindando con el mar, aparece el Palmetum, un jardín botánico especializado en distintas familias de palmeras, que ocupa 12 hectáreas de terreno y en el que se encuentra la mayor colección de Europa de estas especies. Fue construido en 1995 sobre la montaña del Lazareto, un antiguo vertedero clausurado que, poco a poco, se fue acondicionando para transformarlo en espacio de uso público. Fondos europeos y municipales lo hicieron posible y hoy no se explota suficientemente como lugar de ocio y cultura.

Si regresamos a la línea de las ramblas, otearemos el encuentro de ésta con el inicio de la calle de S. Sebastián, y allí, ocupando la gran esquina formada, el Parque Viera y Clavijo. Tiene unos 6.400 m2 de superficie arbolada, se construyó en 1903 y en su interior hay una iglesia neogótica, mandada a edificar por una orden de monjas francesas que fundó el Colegio femenino de la Asunción y que mantuvo su actividad docente entre los años 1905 y 1978. Subiendo en dirección contraria a la vía de S. Sebastián, en la zona media de la Avenida de Bélgica, se llega al otro gran pulmón capitalino: el Parque de La Granja, de factura más reciente y extendido sobre algo más de 64.000 m2. Desde 1976 también conviven en él especies autóctonas, como el drago y la palmera, con otras de procedencia americana, como el nogal, el jacarandá, el flamboyán, el ficus y, cómo no, el laurel de Indias.

La linde norte de este hermoso recinto coincide con otra de las espectaculares ramblas que tiene Santa Cruz, la de Benito Pérez Armas, de la que, al igual que de las demás, no se divisa desde este mirador nada más que parte de las copas de algunos de sus laureles, a la altura de otra arbolada plaza, la de Los Cantos Canarios, antesala de tres de los institutos de Enseñanza Secundaria más antiguos de este municipio. Si nos adentramos visualmente en el Barrio de La Salud, a través de la Avenida de Venezuela, daremos con el Parque de Las Indias en el que 2.200 m2 de terreno cubierto de buen césped y suaves lomas sobreviven al maltrato de algunos incívicos usuarios. En la zona más alejada del mirador, y casi en el límite con el municipio de La Laguna, se aprecia un conjunto de tonos dorados, marrones y verdes correspondientes a unos generosos jardines situados en el barrio de La Salud Alto.

Frente al mirador, en lontananza, se entrevé la fronda más elevada de otros laureles pertenecientes a la rambla más estrecha del municipio, por obra y gracia del tranvía metropolitano, la de los Príncipes de España, en el populoso distrito de Ofra. Su recorrido comienza en la confluencia con la carretera del Rosario y termina en la conexión con el barrio lagunero de Taco. Como núcleos verdes opuestos a los dos anteriores y, por lo tanto, casi al pie de la atalaya, es fácil localizar el de la plaza del Sagrado Corazón, en la calle Horacio Nelson, en la que se ubica, desde 1977, la parroquia del mismo nombre y, un poco más arriba, el del Parque Secundino González, celosamente protegido por los vecinos del barrio de Salamanca, sabedores del valor que posee un espacio natural tan exclusivo como ese.

Éstas son, en una primera ronda de búsqueda visual, las joyas verdes más extensas esparcidas por el mapa capitalino. Pero hay muchas más que no podemos divisar desde este envidiable punto de mira. Sirvan como ejemplos todas las calles, anchas o estrechas, cuyas aceras están arboladas; los magníficos núcleos de vegetación que se emplazan en las urbanizaciones y zonas residenciales de la ciudad; los jardines de Ofra; los jardines privados; las palmeras, falsos pimenteros, adelfas, flamboyanes y uvas de mar que jalonan carreteras, como la de Valleseco hacia San Andrés; los hermosos laureles que envuelven aquel barrio marinero; los que abren el camino hacia el barrio de María Jiménez; los flamboyanes y palmeras de Las Teresitas... Pero, por contra, este extraordinario patrimonio también ha sufrido heridas irreparables con la tala indiscriminada de ejemplares que nunca debieron desaparecer.

Como muestra de algunos de los casos de esta indeseable práctica, una de las más sangrantes: la desaparición de todos los jacarandás de la calle Ramón Gil- Roldán y la de todos los tuliperos del Gabón que proporcionaban una beneficiosa sombra a quienes transitaban por la de Obispo Pérez Cáceres. Ambas en el señero barrio del Uruguay, cuando se procedió a su Plan de Embellecimiento y Mejora (¡qué ironía!) y se prescindió, incluso, de las pocetas necesarias para una posterior repoblación. Menos mal que sus vecinos reaccionaron y, después de manifestarse donde hiciera falta, lograron que se practicaran huecos en las nuevas aceras y se plantaran unos arbustos que, hoy, no protegen del sol a los que pasan por allí y sólo decoran.

Nuestra esperanza de que todo el patrimonio vegetal que hoy poseemos no se vea mermado por la intervención humana estriba en la sensibilidad y cultura que manifiesten los que dirigen y dirijan a esta atractiva ciudad. Sensibilidad para saber protegerlo y conservarlo. Cultura para saber que, mientras ese patrimonio exista, también existirá la vida. La de los que aún estamos aquí y la de los que vienen detrás.

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 12 de Junio de este año.)


viernes, 10 de agosto de 2012

Ya florecen los flamboyanes

La ciudad se incendia poco a poco. Un rojo anaranjado intenso llamea sobre un verde brillante logrando el más saturado de los contrastes. Es una llamarada inofensiva que inunda calles, jardines, paseos y parques, y que supone un disfrute para la vista y el espíritu. Santa Cruz de Tenerife ya retiró la suave alfombra malva que dejaron las efímeras flores de los jacarandás y, en su lugar, se van encendiendo las copas de los innumerables flamboyanes que proclaman la llegada del verano. Por donde quiera que se transite, encontraremos ejemplares, en solitario o agrupados, que ya muestran la plenitud de su floración o están en un tímido inicio de conseguirlo.
A pesar de la gran falta de agua que nos acompañó en las estaciones precedentes, esta maravilla natural ha sabido superar la sequía pertinaz y, agradecida por las cuatro gotas que cayeron, comienza a lucirse esplendente y con una fuerza inusitada. Es una especie originaria de la mayor de las islas africanas, Madagascar - aunque allí se está extinguiendo -, pero que se ha adaptado a zonas del mundo tan diversas como todo el continente americano, el sur de Asia, África y Oceanía. Desde la Florida, Hawaii o Puerto Rico, pasando por Méjico, Venezuela y el Caribe, hasta la India, Australia y Canarias, este árbol de silueta que sugiere una sombrilla por lo esbelto de su tronco y la amplitud de su follaje, recibe nombres tan variopintos como chivato, acacia roja o árbol de lumbre, además del más habitual: el españolizado flamboyán o el genuino francés, flamboyant, que, en una traducción bastante libre, quiere decir flameante, que flamea.

Su denominación científica es Delonix regia y puede llegar a medir hasta 12 metros de altura, aunque la media suele ser de 8. Posee una copa de planta casi circular muy extensa y frondosa, apreciada por la enorme sombra que proyecta y en la que habitan sus flores de cuatro grandes pétalos rojos y un quinto, moteado de amarillo y blanco. No cabe duda de que es un árbol diseñado por la Naturaleza para protegernos del sol y el calor que acompaña a los veranos de lugares con clima tropical o subtropical y, por estas latitudes, tenemos el privilegio de disfrutarlo a lo largo y ancho de todo el archipiélago.
La presencia de la luz solar de las últimas semanas, unida a la suavidad de las temperaturas, está propiciando la espectacular explosión de los ejemplares situados en la Rambla de las Tinajas y sus vecinos del Parque García Sanabria; los de las plazas del Barrio de La Salud; los de muchos jardines privados, los de la calle Horacio Nelson y los del Residencial Anaga. Los ubicados en el litoral más próximo, el de Valleseco, ya están despertando y los de Las Teresitas comienzan a cumplir con su papel protector y beneficioso, además de aportar unos cuantos quilates de belleza a un lugar que la va perdiendo, por desgracia, a pasos agigantados.
A poco que estemos atentos y observemos el entorno, cada día más y por los rincones más insólitos de la capital, nos iremos encontrando con estos prodigios que, con su vital colorido, nos anuncian indefectiblemente, la llegada del estío. 

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el pasado 1 de Julio de este mismo año)

viernes, 20 de julio de 2012

Edificios que no son adefesios

Desde siempre, toda ciudad que se precie tiene detractores y defensores. Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia canaria del mismo nombre, no se libra de esta realidad y no iba a ser menos. Sus calles, avenidas, ramblas, paseos, parques y edificios son, muchas veces, los motivos de esas diferencias tanto entre los que vivimos aquí como entre los que son ciudadanos de paso. Por eso, como habitante que soy, del lugar, me atreví, en su día, a publicar una selección absolutamente personal sobre los que considero, en el apartado de los inmuebles, más adefesios que edificios. Hoy, bajo el mismo punto de vista, - el más subjetivo, reitero -, voy a osar exponerles las que me parecen algunas muestras del buen construir. Del que se hace con armonía, originalidad y adaptado al enclave disponible. Por otra parte, tampoco quisiera caer en aquello de ser negativa, por norma. Hay que procurar ser positivo y, por ello, aquí está la visión que responde a esta segunda actitud. Así pues, insistiendo, de nuevo, en que las elijo bajo mi única y particular óptica, paso a ubicarlas y a describirlas, por si muevo el interés de algún amable lector a disfrutarlas de cerca. Para facilitarles el posible recorrido, les diré que el mío lo comencé en la zona media de la capital y lo finalicé muy cerca de un mar que, a lo largo del litoral capitalino, a duras penas podemos ver. Pero, ese, será tema para otra ocasión. De momento, sigamos con los edificios que, para mí, no son adefesios.


La primera incursión la hago en el antiguo reducto de Las Mimosas y según se accede a él, desde la calle Enrique Wolfson. A pocos metros, se encuentra Villa Olivia, una especie de palacete de evidente estilo ecléctico, pintada de blanco, con carpintería marrón y rejas negras. Su eclecticismo lo da la combinación de elementos clásicos, modernistas y neoclásicos. Podemos advertirlos en las ventanas rectangulares de un mismo piso, y con arco de medio punto, en otro diferente; en balcones con balaustrada, unos, y de rejería, otros; en la decoración de tipo vegetal que aparece sobre los ventanales, en el extremo de las columnas o en el remate de la fachada principal. Está muy bien conservado y el único inconveniente que le veo es el lugar en el que se encuentra construido: una calle muy estrecha, para una edificación tan grande y que impide contar con una perspectiva suficiente para admirarla en todo su esplendor.

Si descendemos hasta la Rambla de Santa Cruz, vamos a encontrarnos con varios ejemplares de gran interés que, por suerte para ellos y para los que los contemplamos, sí disponen de todo el espacio necesario para observarlos a placer. El primero está en la esquina que forma esta rambla con la calle General Ramos Serrano, siendo el nº 61 de la primera. Es un bellísimo palacete de traza modernista, rodeado de jardines y presidido por una cancela de hierro al más puro estilo del conjunto, que da paso a una escalinata de cómodos escalones redondeados y que llevan hasta el núcleo central de la edificación. Este cuerpo tiene la particularidad de ser cilíndrico y está rematado por una estrecha cúpula cónica recubierta de pequeños mosaicos brillantes y de colores, que recuerda al Gaudí de la Casa Batlló o del Parque Güell.

Si cruzamos la calle y continuamos por la misma acera, nos encontraremos con el nº 65, otro claro representante del eclecticismo presente en muchas edificaciones de este distrito de la capital. Gozó de gran esplendor durante los años 70 y 80, cuando fue residencia de la Casa de Venezuela de aquella época. Hoy, la poco cuidada vegetación de sus jardines, la oculta en exceso e impide apreciar toda su belleza. De él, destaco, en especial, la pequeña, pero coqueta escalinata, que parte del jardín y lleva a la entrada principal, así como la exuberante decoración de diminutos elementos vegetales que enmarca puertas, ventanas, balaustradas y remate de las fachadas, muy propios de la rica ornamentación modernista.

Si pasamos a la Rambla, la cruzamos y nos adentramos en la calle Jesús y María, disfrutaremos de más ejemplos llamativos. De los muchos que podría citar, distingo al nº 15 como uno de los más espectaculares del lugar. Ocupa la esquina formada por esta vía y la de Viera y Clavijo y, para mí, su singularidad está en ser la más original de todas las que he elegido en esa zona. Aunque en ella también podemos observar esa miscelánea de elementos presentes en las otras, aquí se interpretan con mayor libertad y descubrimos, además, arcos ojivales y rejería y decoración modernista más austera que la mostrada en otras construcciones. El volumen principal ocupa el vértice de su planta, que, a su vez, se acomoda al que forman las dos calles. Es una especie de torre rematada con una cúpula cóncava de cuatro aguas, cubiertas por menudas escamas azuladas y brillantes, elemento decorativo éste que formaba parte de las de algunas de las mejores catedrales románicas peninsulares, pero realizadas en piedra. La fotografía tomada desde la calle Viera y Clavijo, por Otto Auer, entre 1924 y 1927, y propiedad de la FEDAC (Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria), nos demuestra que esta curiosa construcción se mantiene prácticamente igual.

Si descendemos hasta la Plaza de los Patos, nos sorprenderá la imagen de un hermoso palacete situado en la curva que forma la Rambla 25 de Julio con el tramo de Viera y Clavijo que viene de la calle Méndez Núñez. En los años 80 y 90, fue sede de la Presidencia del gobierno autonómico canario y es un lujoso inmueble exento, rodeado de jardines con numerosas palmeras de diferentes alturas, que ofrece características, no muy definidas, de un modernismo, rico y urbano, que decía adiós y daba paso a un estilo francés, elegante y refinado. Según los expertos, es la mejor muestra de esta corriente arquitectónica, en Canarias. Actualmente, es una clínica privada especializada en belleza corporal.


Ya en la citada Méndez Núñez, en el tramo comprendido entre las calles de El Pilar y Santa Rosalía y frente al costado principal del Parque García Sanabria, nos encontramos con otra joya del eclecticismo imperante en aquellos años: las Casas Amarillas. Fueron construidas en la primera quincena del siglo XX y estuvieron a punto de desaparecer en los 90, por el afán especulador y desmedido de los de siempre. El primer proyecto de remodelación de todo lo que ocupa hoy el Parque Bulevar incluía borrar, literalmente, a este interesante grupo de viviendas, para disponer de más espacio sobre el que construir vaya usted a saber qué. Menos mal que hubo movimientos importantes en contra de aquella intención inicial y hoy podemos seguir disfrutando, al menos, de la fachada del que fue un magnífico conjunto de viviendas. Desde siempre, es referencia obligada para todos los que hagan alusión a la zona en la que se encuentra.

Para terminar, valgan dos ejemplos de arquitectura más moderna y diametralmente opuestos a los anteriores. Ambos juegan con la combinación de los materiales en los que están construidos: cristal, metal y hormigón.
El primero se encuentra en el Residencial Anaga, en la calle Fernando H. Guzmán y me parece un edificio sorprendente por las distintas respuestas visuales que se tienen de él, se observe desde dónde se observe. Es posible que su autor o autores hayan aprovechado la fuerte pendiente del terreno sobre el que se eleva y su forma aparentemente inspirada en el prehistórico talayot balear, para propiciar estos efectos.


El segundo es el edificio de Usos Múltiples II, situado en el nº 10 de la avenida José Manuel Guimerá, en el cruce de la Vía Marítima con la Avenida 3 de Mayo. Fue construido en 1993 y, quizá, representa el comienzo de edificaciones públicas más atrevidas y avanzadas, de las que hasta entonces se hacían. Una característica a destacar la constituye la especie de torreón cilíndrico que ocupa uno de los cuatro vértices de su planta y en el que confluyen una fachada recta, por la derecha, y una curva, por la izquierda. El paralelismo de los elementos que las configuran y los cristales tintados refuerzan su modernidad. Todo ello se aprecia desde cualquier punto alrededor de la rotonda que regula el tráfico de la zona. La llegada del tranvía metropolitano ha contribuido a mejorar el espacio urbano de aquella área y esto ha redundado en poder admirar, con la distancia necesaria, las cualidades de esta construcción.

Para finalizar, permítanme insistir en que es la estética de estas edificaciones la que me ha llevado a escogerlas y, siempre, desde una óptica absolutamente personal. Considero suficientemente representativa de mis gustos la selección descrita, aunque la muestra podría ampliarse con otros muchos edificios que, como los anteriores, nunca tildaría de adefesios.