Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 26 de agosto de 2012

El patrimonio vegetal de Santa Cruz

El término patrimonio proviene del latín patrimonium y se refiere al conjunto de bienes que pertenece a una persona física o jurídica, pero, en un sentido más amplio, se vincula a la herencia y los derechos adquiridos por una comunidad o grupo social concreto. Hablaríamos, en este último caso, de un patrimonio cultural o simbólico. Es a esta acepción del vocablo a la que hoy queremos referirnos, ya que los que somos y vivimos en esta ciudad capital de la provincia occidental canaria hemos heredado - y dejaremos en herencia - las joyas verdes que posee el territorio capitalino. Desde siempre, una de las señas de identidad de Santa Cruz de Tenerife es su amplia y variada vegetación y para ello me baso en el hecho diario de recorrer sus calles y avenidas, ya sea a pie o en vehículo, y observar la presencia constante de toda clase de especies vegetales que van desde árboles de gran tamaño y múltiples especies hasta una amplia diversidad de flores.

Pero, quizá, la prueba irrefutable de esta comprobación cotidiana nos la proporcione un punto de vista lo suficientemente alto y distante como para apreciar los núcleos de mayor concentración vegetal que posee la capital y cómo se reparten a lo largo y ancho de la misma. El lugar elegido es el mirador de Los Campitos, en el monte de Las Mesas, a sólo unos pocos minutos, en coche, desde el centro urbano. Provista, pues, de una cámara con un buen teleobjetivo, inicio el trabajo de campo que me permitirá dejar constancia gráfica de ese inconmensurable patrimonio que hay que proteger y conservar en las debidas condiciones.


Las dos últimas estaciones y lo que va de esta primavera han estado muy escasas en agua y nuestros espacios verdes lo acusan. La práctica ausencia de las beneficiosas lluvias está haciendo estragos en los ejemplares que aparecen en aceras, parques, ramblas y jardines. Tampoco la situación económica permite pagar el riego que garantizaría un desarrollo óptimo de todos ellos y, aunque se contara con los dineros, las reservas acuíferas disponibles aconsejan ser muy austeros en su uso. Todo ello nos da una imagen un tanto apagada y poco habitual de cualquiera de los rincones en los que podemos encontrar y admirar tanta variedad y cantidad de verdes, naranjas, lilas, ocres, amarillos o rojos, aunque todo lo englobemos bajo el predominante: el verde.


Si hacemos un recorrido de izquierda a derecha y tomamos como espina dorsal de referencia  la larga línea generada por la Rambla de Santa Cruz, de Las Asuncionistas y de Los Reyes Católicos, podremos ubicar el resto de lugares que reúnen mayor cantidad de vegetación. El punto de arranque de éstas permite vislumbrar algunos de los impresionantes laureles de la Avenida de Anaga, espectacular hilera verde que transcurre paralela al mar, pero que no se aprecia desde esta atalaya porque queda oculta por una muralla de edificaciones de ocho y diez plantas, construida en primera línea, allá por los años 60-70. Las Ramblas, que tienen una longitud total de casi cuatro kilómetros, tampoco las veremos al completo. Sólo pequeños tramos, porque también las jalonan construcciones de diversas alturas. En el primer tercio de ellas saldrá a nuestro encuentro un trapezoide de más de 67.000 metros cuadrados que lo convierten en el mayor de los pulmones verdes que tiene el gusto de poseer esta ciudad. Es el Parque Municipal García Sanabria, construido en 1926 y objeto de una remodelación importante desde Octubre de 2004 hasta Junio de 2006. Tiene características de jardín botánico, porque muchas de las especies que allí habitan están catalogadas por su condición de ser raras o únicas. Próxima al Parque nos encontramos la Plaza de Weyler, construida en 1893 y con 3.600 m2 de superficie, en la que conviven el omnipresente laurel con arbustos, plantas y flores ornamentales de variados colores.

Si dirigimos la vista hacia el Sur de la capital descubriremos otro reducto verde en medio de enormes edificios. Es el Parque Don Quijote, próximo al estadio Heliodoro Rodríguez López y que en su día fue emblema natural de aquella zona emergente y punto de encuentro para el descanso y la comunicación de sus numerosos habitantes. Más abajo y lindando con el mar, aparece el Palmetum, un jardín botánico especializado en distintas familias de palmeras, que ocupa 12 hectáreas de terreno y en el que se encuentra la mayor colección de Europa de estas especies. Fue construido en 1995 sobre la montaña del Lazareto, un antiguo vertedero clausurado que, poco a poco, se fue acondicionando para transformarlo en espacio de uso público. Fondos europeos y municipales lo hicieron posible y hoy no se explota suficientemente como lugar de ocio y cultura.

Si regresamos a la línea de las ramblas, otearemos el encuentro de ésta con el inicio de la calle de S. Sebastián, y allí, ocupando la gran esquina formada, el Parque Viera y Clavijo. Tiene unos 6.400 m2 de superficie arbolada, se construyó en 1903 y en su interior hay una iglesia neogótica, mandada a edificar por una orden de monjas francesas que fundó el Colegio femenino de la Asunción y que mantuvo su actividad docente entre los años 1905 y 1978. Subiendo en dirección contraria a la vía de S. Sebastián, en la zona media de la Avenida de Bélgica, se llega al otro gran pulmón capitalino: el Parque de La Granja, de factura más reciente y extendido sobre algo más de 64.000 m2. Desde 1976 también conviven en él especies autóctonas, como el drago y la palmera, con otras de procedencia americana, como el nogal, el jacarandá, el flamboyán, el ficus y, cómo no, el laurel de Indias.

La linde norte de este hermoso recinto coincide con otra de las espectaculares ramblas que tiene Santa Cruz, la de Benito Pérez Armas, de la que, al igual que de las demás, no se divisa desde este mirador nada más que parte de las copas de algunos de sus laureles, a la altura de otra arbolada plaza, la de Los Cantos Canarios, antesala de tres de los institutos de Enseñanza Secundaria más antiguos de este municipio. Si nos adentramos visualmente en el Barrio de La Salud, a través de la Avenida de Venezuela, daremos con el Parque de Las Indias en el que 2.200 m2 de terreno cubierto de buen césped y suaves lomas sobreviven al maltrato de algunos incívicos usuarios. En la zona más alejada del mirador, y casi en el límite con el municipio de La Laguna, se aprecia un conjunto de tonos dorados, marrones y verdes correspondientes a unos generosos jardines situados en el barrio de La Salud Alto.

Frente al mirador, en lontananza, se entrevé la fronda más elevada de otros laureles pertenecientes a la rambla más estrecha del municipio, por obra y gracia del tranvía metropolitano, la de los Príncipes de España, en el populoso distrito de Ofra. Su recorrido comienza en la confluencia con la carretera del Rosario y termina en la conexión con el barrio lagunero de Taco. Como núcleos verdes opuestos a los dos anteriores y, por lo tanto, casi al pie de la atalaya, es fácil localizar el de la plaza del Sagrado Corazón, en la calle Horacio Nelson, en la que se ubica, desde 1977, la parroquia del mismo nombre y, un poco más arriba, el del Parque Secundino González, celosamente protegido por los vecinos del barrio de Salamanca, sabedores del valor que posee un espacio natural tan exclusivo como ese.

Éstas son, en una primera ronda de búsqueda visual, las joyas verdes más extensas esparcidas por el mapa capitalino. Pero hay muchas más que no podemos divisar desde este envidiable punto de mira. Sirvan como ejemplos todas las calles, anchas o estrechas, cuyas aceras están arboladas; los magníficos núcleos de vegetación que se emplazan en las urbanizaciones y zonas residenciales de la ciudad; los jardines de Ofra; los jardines privados; las palmeras, falsos pimenteros, adelfas, flamboyanes y uvas de mar que jalonan carreteras, como la de Valleseco hacia San Andrés; los hermosos laureles que envuelven aquel barrio marinero; los que abren el camino hacia el barrio de María Jiménez; los flamboyanes y palmeras de Las Teresitas... Pero, por contra, este extraordinario patrimonio también ha sufrido heridas irreparables con la tala indiscriminada de ejemplares que nunca debieron desaparecer.

Como muestra de algunos de los casos de esta indeseable práctica, una de las más sangrantes: la desaparición de todos los jacarandás de la calle Ramón Gil- Roldán y la de todos los tuliperos del Gabón que proporcionaban una beneficiosa sombra a quienes transitaban por la de Obispo Pérez Cáceres. Ambas en el señero barrio del Uruguay, cuando se procedió a su Plan de Embellecimiento y Mejora (¡qué ironía!) y se prescindió, incluso, de las pocetas necesarias para una posterior repoblación. Menos mal que sus vecinos reaccionaron y, después de manifestarse donde hiciera falta, lograron que se practicaran huecos en las nuevas aceras y se plantaran unos arbustos que, hoy, no protegen del sol a los que pasan por allí y sólo decoran.

Nuestra esperanza de que todo el patrimonio vegetal que hoy poseemos no se vea mermado por la intervención humana estriba en la sensibilidad y cultura que manifiesten los que dirigen y dirijan a esta atractiva ciudad. Sensibilidad para saber protegerlo y conservarlo. Cultura para saber que, mientras ese patrimonio exista, también existirá la vida. La de los que aún estamos aquí y la de los que vienen detrás.

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com el 12 de Junio de este año.)