Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 16 de diciembre de 2012

El otro Santa Cruz

Para mí, el otro Santa Cruz es el que no está a la vista fácilmente, el que coincide con parte del subsuelo de la capital. El que se encuentra en los márgenes del curso de nuestros barrancos, en especial, el de Santos. El que, cuando llueve a mares y con fuerza torrencial, ha corrido y sigue corriendo grandes riesgos. El que, probablemente, nació de la perentoria necesidad, de los más desfavorecidos, por buscar un rincón en el que contar con un techo, aún a costa de perderlo todo. El que comenzó siendo un asentamiento de chabolas y, hoy, casi desaparecidas, dan paso a viviendas algo más sólidas y habitables, pero siempre con esa espada damocliana de las escorrentías que pueden debilitar sus cimientos y arrastrar con todo lo que tanto esfuerzo supuso en su momento e, incluso, atentar contra la integridad física de los que allí viven. Es el Santa Cruz más humilde, el que aspira a mejorar cuando se le conceda una vivienda de construcción pública que aleje ese peligro latente y permanente. Es un Santa Cruz diminuto, comparado con el resto de la urbe, pero que existe tanto como el mayor. 




Un sector de ese Santa Cruz podemos verlo - que no admirarlo -, desde el puente del que fuera alcalde de la ciudad, allá por los primeros años 70, el médico y militar, D. Javier de Loño Pérez. Antes de ese puente que, por iniciativa del regidor municipal, se tendió para unir el núcleo urbano con el populoso barrio de La Salud, ya estaba ese poblado ribereño del barranco. Algo más tarde, se asfaltó el Camino a la Ermita, al que se accede por la parte alta del puente y que nos lleva, en descenso, hasta el lecho del barranco. Por un momento, una se siente transportada a un rincón más propio de un plácido bosque que de una ciudad ruidosa y plagada de edificios y vehículos. En aquella época, quedaba más oculto a la mirada de los más curiosos, pero desde la construcción del puente, su existencia quedó a la luz y a la vista de todo el que se asoma a sus barandas. Frente a este remanso de paz, al otro lado del cauce, se descuelgan del Barrio Nuevo chicharrero unas cuantas casas que, también, forman parte de este otro Santa Cruz. Asimismo, desde el nuevo Viario del barranco se cuenta con un punto de vista, más bajo, que permite observar parte de las viviendas que están en la base del puente y, además, llegar hasta ellas por uno de los paseos que parten de esta vía. 

Si seguimos el cauce de este accidente geográfico, en dirección a La Laguna, se llega al nivel medio del mismo barrio y, a la altura de lo que se construyó para ser un mercado destinado a la alimentación y su zona de aparcamientos, rodeando su trasera, también hay una suerte de chabolas con signos inequívocos de estar habitadas. Signos en forma de antenas de televisión que "conviven" con vertederos de viejos electrodomésticos y restos de materiales de construcción. Su presencia resulta increíble a estas alturas del siglo y encoge el corazón de quien las descubre... 

El otro Santa Cruz se completa con el que estuvo a punto de desaparecer totalmente y se encuentra en una de las zonas residenciales más selectas de la capital: el barrio de Los Hoteles. Discurre a lo largo de otra de las fisuras geográficas de la ciudad, la del barranco de Los Lavaderos, y va a desembocar - ironías de la vida - en la trasera del señorial y lujoso Hotel Mencey. Desde siempre, allí se asienta ese otro Santa Cruz que, con el nombre del barranco, constituye otro grupo de viviendas peligrosamente alzadas a lo largo de su cauce. Ese riesgo de desaparición casi absoluta se materializó , por desgracia, el 31 de Marzo de 2002 y lo que había antes de aquella terrible riada y lo que queda hoy de él, tienen poco que ver. Aquella avalancha de agua y lodo destruyó y sepultó gran parte de las humildes casas que allí se encaramaban y acabó con la vida de algunos de sus habitantes. Actualmente sólo quedan las del margen más próximo a las lujosas edificaciones del lugar. 

En ese otro Santa Cruz, algún agente de la autoridad municipal, especializado en temas del sector de la juventud que está en riesgo de exclusión social, localiza a muchachos fugados de sus centros de acogida, cuando éstos rechazan su permanencia en estas instituciones o son sancionados por su conducta irregular. El testimonio oral de uno de estos funcionarios del orden, emitido, no hace mucho, en una emisora de radio de ámbito nacional, estremece el alma por sus tintes de triste realidad. Contaba que cuando alguno desaparece, él se dirige de inmediato a esas chabolas que aún existen, con la seguridad de que allí los va a encontrar. Pocas veces se ha equivocado... 

La mejor noticia sobre este otro Santa Cruz es que, tanto en el barranco de Santos como en el de Los Lavaderos, se han ido construyendo muros de contención y canalización de las aguas que discurren por ellos cuando llueve. Ambos han recibido, a lo largo de la historia de la ciudad, grandes avalanchas como consecuencia de la fuerza que les imprime todo lo que viene desde los lugares más altos de sus cauces y que, no siempre, se ha podido controlar. Por desgracia, han tenido que ocurrir sucesos gravísimos, para que las autoridades vayan tomando conciencia del riesgo permanente a que están sometidas esas pequeñas, pero igualmente importantes, zonas capitalinas. Hoy, la visión de esos muros debe tranquilizar a los que habitan ese otro Santa Cruz y a los que, por alguna circunstancia, nos interesamos por él.