Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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domingo, 16 de diciembre de 2012

El otro Santa Cruz

Para mí, el otro Santa Cruz es el que no está a la vista fácilmente, el que coincide con parte del subsuelo de la capital. El que se encuentra en los márgenes del curso de nuestros barrancos, en especial, el de Santos. El que, cuando llueve a mares y con fuerza torrencial, ha corrido y sigue corriendo grandes riesgos. El que, probablemente, nació de la perentoria necesidad, de los más desfavorecidos, por buscar un rincón en el que contar con un techo, aún a costa de perderlo todo. El que comenzó siendo un asentamiento de chabolas y, hoy, casi desaparecidas, dan paso a viviendas algo más sólidas y habitables, pero siempre con esa espada damocliana de las escorrentías que pueden debilitar sus cimientos y arrastrar con todo lo que tanto esfuerzo supuso en su momento e, incluso, atentar contra la integridad física de los que allí viven. Es el Santa Cruz más humilde, el que aspira a mejorar cuando se le conceda una vivienda de construcción pública que aleje ese peligro latente y permanente. Es un Santa Cruz diminuto, comparado con el resto de la urbe, pero que existe tanto como el mayor. 




Un sector de ese Santa Cruz podemos verlo - que no admirarlo -, desde el puente del que fuera alcalde de la ciudad, allá por los primeros años 70, el médico y militar, D. Javier de Loño Pérez. Antes de ese puente que, por iniciativa del regidor municipal, se tendió para unir el núcleo urbano con el populoso barrio de La Salud, ya estaba ese poblado ribereño del barranco. Algo más tarde, se asfaltó el Camino a la Ermita, al que se accede por la parte alta del puente y que nos lleva, en descenso, hasta el lecho del barranco. Por un momento, una se siente transportada a un rincón más propio de un plácido bosque que de una ciudad ruidosa y plagada de edificios y vehículos. En aquella época, quedaba más oculto a la mirada de los más curiosos, pero desde la construcción del puente, su existencia quedó a la luz y a la vista de todo el que se asoma a sus barandas. Frente a este remanso de paz, al otro lado del cauce, se descuelgan del Barrio Nuevo chicharrero unas cuantas casas que, también, forman parte de este otro Santa Cruz. Asimismo, desde el nuevo Viario del barranco se cuenta con un punto de vista, más bajo, que permite observar parte de las viviendas que están en la base del puente y, además, llegar hasta ellas por uno de los paseos que parten de esta vía. 

Si seguimos el cauce de este accidente geográfico, en dirección a La Laguna, se llega al nivel medio del mismo barrio y, a la altura de lo que se construyó para ser un mercado destinado a la alimentación y su zona de aparcamientos, rodeando su trasera, también hay una suerte de chabolas con signos inequívocos de estar habitadas. Signos en forma de antenas de televisión que "conviven" con vertederos de viejos electrodomésticos y restos de materiales de construcción. Su presencia resulta increíble a estas alturas del siglo y encoge el corazón de quien las descubre... 

El otro Santa Cruz se completa con el que estuvo a punto de desaparecer totalmente y se encuentra en una de las zonas residenciales más selectas de la capital: el barrio de Los Hoteles. Discurre a lo largo de otra de las fisuras geográficas de la ciudad, la del barranco de Los Lavaderos, y va a desembocar - ironías de la vida - en la trasera del señorial y lujoso Hotel Mencey. Desde siempre, allí se asienta ese otro Santa Cruz que, con el nombre del barranco, constituye otro grupo de viviendas peligrosamente alzadas a lo largo de su cauce. Ese riesgo de desaparición casi absoluta se materializó , por desgracia, el 31 de Marzo de 2002 y lo que había antes de aquella terrible riada y lo que queda hoy de él, tienen poco que ver. Aquella avalancha de agua y lodo destruyó y sepultó gran parte de las humildes casas que allí se encaramaban y acabó con la vida de algunos de sus habitantes. Actualmente sólo quedan las del margen más próximo a las lujosas edificaciones del lugar. 

En ese otro Santa Cruz, algún agente de la autoridad municipal, especializado en temas del sector de la juventud que está en riesgo de exclusión social, localiza a muchachos fugados de sus centros de acogida, cuando éstos rechazan su permanencia en estas instituciones o son sancionados por su conducta irregular. El testimonio oral de uno de estos funcionarios del orden, emitido, no hace mucho, en una emisora de radio de ámbito nacional, estremece el alma por sus tintes de triste realidad. Contaba que cuando alguno desaparece, él se dirige de inmediato a esas chabolas que aún existen, con la seguridad de que allí los va a encontrar. Pocas veces se ha equivocado... 

La mejor noticia sobre este otro Santa Cruz es que, tanto en el barranco de Santos como en el de Los Lavaderos, se han ido construyendo muros de contención y canalización de las aguas que discurren por ellos cuando llueve. Ambos han recibido, a lo largo de la historia de la ciudad, grandes avalanchas como consecuencia de la fuerza que les imprime todo lo que viene desde los lugares más altos de sus cauces y que, no siempre, se ha podido controlar. Por desgracia, han tenido que ocurrir sucesos gravísimos, para que las autoridades vayan tomando conciencia del riesgo permanente a que están sometidas esas pequeñas, pero igualmente importantes, zonas capitalinas. Hoy, la visión de esos muros debe tranquilizar a los que habitan ese otro Santa Cruz y a los que, por alguna circunstancia, nos interesamos por él.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Edificios curiosos en Santa Cruz

Santa Cruz de Tenerife, como otras muchas ciudades del mundo, ofrece rincones más o menos conocidos, que pueden llamar la atención por su belleza, por su singularidad o por las dos razones al mismo tiempo. Lo mismo ocurre con los inmuebles, ya sea empezando por las humildes casas terreras, pasando por las plazas o jardines más llamativos y terminando con cualquier tipo de edificio. En este último apartado, la capital posee una serie de construcciones dignas de señalar por las especiales características que las hacen ser únicas. La lista no es muy larga y, unas veces por casualidad y otras por investigarlo, he ido ampliándola. El criterio de selección ha sido, exclusivamente, ese: el de ser distintas del resto, por su particular estética, lo cual lleva a encuadrarlas, desde mi personal punto de vista, en el capítulo de ejemplares curiosos o raros. Están dispersas por el mapa capitalino y, como en otras ocasiones, propongo iniciar el recorrido por la zona más alta de la ciudad y acabar en la más baja. 


El primero nos lo encontramos en la carretera general de Santa Cruz a La Laguna, por debajo de la curva del colegio de las Dominicas y frente a la gasolinera que se encuentra en esta vía. Es una edificación exenta y tiene la forma de un cilindro de base ovalada. Con tres plantas que muestran, en la del medio y la última, amplias balconadas que no sobresalen del volumen construido. Además de la propia estructura, otra particularidad de la obra es la cubierta de la gran terraza que la corona, que deja ver dos óvalos paralelos, dentro del mismo plano y unidos por una especie de pequeños radios, de tal manera que permite la entrada de la luz natural, no sólo por la zona central abierta, sino también entre esos radios. Creo recordar que se construyó en los años 70 y fue un boom arquitectónico en su día. Comenzó como vivienda familiar, después se convirtió en una residencia geriátrica y, actualmente, está en venta. 

Más abajo, próximo al parque de La Granja, en la calle Zurbarán, está situado el nº 18, incrustado entre un edificio de viviendas más recientes y otro a medio construir. No hay otra casa, ni siquiera parecida, en todos los alrededores y llama la atención por un par de razones, entre otras. Una, que la primera impresión visual nos lleva a considerarla caótica. Otra, que da la sensación de continuos añadidos, lo que hace difícil ubicarla en el tiempo y en un estilo determinado, llamando la atención la presencia de numerosas ventanas, en la mayor parte de su fachada, y en una ancha balconada que se apoya sobre dos columnas. Ventanas con una distribución de cristales muy repetitiva, pero muy peculiar. En la azotea, se agregó un módulo con el mismo tipo de cristaleras que aparece rematado, a medio camino, con una cubierta de aparentes tejas negras sobre la que se yergue una veleta que señala los cuatro puntos cardinales, con una inspiración lejana en la obra de Gaudí. 

Próximas a ésta, en la calle de El Greco, también en su número 18, se levantan dos edificaciones gemelas, de enorme volumen, que llaman la atención por su parecido con la estructura de muchas casas campesinas que muestran un tejado a dos aguas. Para los grandes paramentos que las conforman, ofrecen pocos huecos: algunas ventanas cuadradas y unos pocos semicirculares y en cuarto de círculo. Los dos volúmenes parecen compartir, por sus fachadas traseras, un espacio común, lo que hace que sus fachadas principales estén orientadas opuestamente. 

Si seguimos descendiendo y nos adentramos en el barrio del Uruguay, en el nº 6 de la calle Veremundo Perera, daremos con una más reciente y vanguardista. Hace casi cinco años que terminó de levantarse y su particularidad está en parecer un moderno búnker en medio de casas terreras y de dos plantas que fueron construidas en los años 40, 50 y 60 del pasado siglo XX. Su fachada, que ocupa un único plano, muestra tres superficies horizontales de las cuales, en la primera se ubica la gran portada del garaje y la puerta de acceso a la vivienda, unidas por el material común de la buena madera. El segundo, de mayor superficie, es de hormigón vivo y sin aplanar, pintado de blanco y del que sobresale una especie de balcón de poco volado y herméticamente cerrado por una gran cristalera que tiene, en un lateral, un angosto prisma de base rectangular, también de madera, con ventana de una sola hoja. El plano más alto deja ver un conjunto de varillas, muy estrechas y muy juntas, del mismo origen natural que los anteriores complementos. Como detalle que humaniza a esta vivienda unifamiliar, un jardín diminuto, entre la puerta del garaje y la entrada a la casa, protegido por una verja de hierro rectilínea y en el que sólo se yergue una palmera de la especie coco plumoso. Aunque pueda resultar fuera de lugar, no deja de ser una construcción interesante. 

Continuamos hacia abajo y la calle Enrique Wolfson, nos ofrece, en su nº 13, una edificación de cuatro plantas de la que sobresalen las tres superiores y de los laterales de éstas, dos volúmenes en los que aparecen seis ventanas por nivel, que, a su vez, se reparten en dos prismas de base hexagonal irregular, seccionados en su mitad por un plano vertical paralelo a sus caras mayores. Su finalidad será, muy probablemente, la de proporcionar mayor luminosidad al interior de esas habitaciones, a través de los ventanales practicados en ellos y al estilo de las edificaciones de la Europa Central. Ese elemento viene a ser el que le da singularidad a esta construcción de los años 40-50, que rompe, en cierta medida, con los últimos bandazos de lo racional y lo orgánico de la arquitectura de aquellos tiempos. 

Si nuestros pasos se dirigen hacia el Sur de la capital, será un edificio de acabado metálico en la fachada orientada hacia este punto cardinal, el que pueda sorprendernos. Es el de factura más reciente y está en el recodo que forman las avenidas de 3 de Mayo y de Manuel Hermoso, cuando ambas confluyen en la gran rotonda del final de la rambla de Pérez Armas. Se llama edificio Las Avenidas, por razones obvias, y ofrece distintas respuestas visuales según desde dónde se le observe. Lo más llamativo es la curvatura de su frente metalizado y la diversidad de volúmenes y alturas que posee, sobre todo en el frente que da hacia 3 de Mayo. 

Ya en la costa, como no podía ser menos por su función, nos encontramos con la Casa de los Prácticos, justo en el muelle de Ribera y frente a la antigua estación del Jet Foil. Es un inmueble construido en los primeros años 50, inspirado en el puente de los barcos mercantes y de líneas muy sencillas y austeras. Es una edificación prácticamente simétrica, si la observamos de frente, y cuya segunda planta se sustenta sobre seis finas columnas cilíndricas. Los ventanales son pequeños y estrechos, a modo de los que existen en los barcos, destacándose los seis que posee con forma circular y semejantes a los ojos de buey de estas embarcaciones. Sigue siendo sede del trabajo de quienes dirigen el rumbo de las naves que llegan a nuestros puertos, pero su aspecto deja mucho que desear por su evidente deterioro. Como joya arquitectónica de su tiempo sería lamentable no recuperarla debidamente. 

A estos especímenes exclusivos habría que añadirles el Auditorio de Tenerife y el Recinto Ferial. Son sobradamente conocidos y no cabe aquí describirlos, aunque sí incluirlos en esta relación. También me gustaría mencionar la conocida Casa del Barco, de la Avenida de Bélgica, y el edificio de la calle Fernando H. Guzmán, en Residencial Anaga. Ambos ya fueron objeto de comentario en sendas crónicas publicadas en esta misma plataforma, además de descritas en sus pormenores, por lo que estaría de más insistir en ellos. Es posible que, en la gran extensión que cubre esta ciudad, existan más ejemplares con esta condición de rareza y, ya porque algún amable lector me lo haga saber a través de esta misma publicación o ya porque la casualidad me lleve a descubrir otros más para añadir a la lista, está en mi intención dedicarles otro futuro capítulo. Son construcciones que forman parte de nuestra cultura arquitectónica y que, con mayor o menor fortuna, intentan conjugar la función con una forma que se salga de lo más común y frecuente.

(Esta entrada se publicó, el pasado 7 de Julio, en loquepasaentenerife.com)

martes, 6 de noviembre de 2012

Otro muro de vergüenza

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife el 21 de Noviembre del pasado 2011. Hoy, casi un año después, este deplorable rincón de la capital continúa igual. Está así desde 2007, lo que hace que ya cubra un lustro de inoperancia de quienes deben resolver un obstáculo, a todas luces, muy peligroso para viandantes y vehículos. Nos tememos que seguirá así por mucho tiempo más.)

Cuando una se baja del coche, por unas horas o unos días, y se convierte en una usuaria de a pie (o sea, un peatón) de las avenidas, calles y ramblas de esta ciudad, capital de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, descubre lugares y situaciones inexplicables. 
El motivo de este comentario a modo de prolegómeno se justifica, simplemente, con las imágenes aportadas a esta pequeña crónica, pero, para reforzar ese dicho tan antiguo y tan popular de que "una imagen vale más que cien palabras", pasemos a usar, también, las cien palabras (según el aforismo chino) o las mil (según su versión más occidental). Procedamos, pues, a ello. 
En la llamada, hasta no hace mucho, Avenida del General Mola y hoy rebautizada como Avenida Islas Canarias, por encima del Puente Zurita y frente a la parada del tranvía correspondiente al mismo nombre, existe un muro que interrumpe bruscamente la acera peatonal del margen derecho de la vía, en la dirección de subida de los coches. Si se quiere continuar en esa dirección a pie, las posibles alternativas son tres: 
Una: saltar a la calle salvando una pequeña valla que transcurre sobre el bordillo de la acera hasta el límite del muro saliente; esta decisión comporta jugarse el tipo, dada la estrechez de la vía y la afluencia de vehículos que sube por ella. 
Dos: caminar por el angosto espacio que queda entre la antes citada valla y la pared que sobresale, con un piso irregular, lleno de restos de materiales de la construcción del suelo; también peligra la integridad física del que se atreva con esta opción porque, si por desgracia diera un mal paso, caería, inevitablemente, del lado de la calle y no es difícil imaginar consecuencias que podrían ser fatales. 
Tres: volver hacia atrás y cruzar en el paso de peatones habilitado en la curva más baja de este recorrido, para acceder a la explanada donde se ubica la parada del tranvía, sobrepasarla y volver a la acera de subida, a través del paso de cebra que queda por encima del tan comentado muro; es la más larga, pero la más prudente si uno está atento y no se despista con el probable paso del tren metropolitano. 

En definitiva, un obstáculo increíble en una capital de provincia a la cual, sus dirigentes, siempre catalogan de moderna, accesible y modélica. Que se lo pregunten a quienes llegan al lugar por primera vez; a quienes, además, puedan tener alguna dificultad motora o a quienes se valgan de algún artilugio mecánico para ayudarse en su limitada movilidad. El comienzo del saliente, para más señas, coincide con la salida de una de las escaleras peatonales que proviene del controvertido viario del barranco de Santos, que discurre por debajo de este puente. 
Este muro existe desde que, en Junio de 2007, se inauguró el tranvía que recorre el interior de la capital y asciende hasta el municipio de La Laguna. En más de cuatro años y medio, nadie ha puesto remedio a este incómodo y peligroso impedimento en el camino diario de muchos viandantes de la zona. La solución parece ser, única y exclusivamente, esquivarlo mediante pasos de peatones que acceden al andén del metropolitano y que sólo sirven para dificultar la maniobra de pasar por aquel sitio. 
¿Qué razones pueden haber para que en este largo período de tiempo continúe el muro en esta situación?. No se nos ocurren más que dos: la presencia de un litigio entre partes afectadas o interesadas en el tema, o la proverbial desidia de la que se hace gala en todas las obras públicas, por parte de quienes deben velar porque esto no ocurra. Si es la primera, con la lentitud propia de una Justicia sobrecargada de casos sobre los que fallar, no nos extraña que el citado saliente siga donde está. Si es la segunda, tampoco nos sorprende, dadas las muchas muestras de dejadez que pueden verse en muchos rincones de esta ciudad. 
Para terminar, una serie de interrogantes que surgen de inmediato: ¿Quién es el responsable de tamaña dejación?, ¿el Ayuntamiento?, ¿el Cabildo?, ¿la empresa Metropolitano de Tenerife S.A.?, ¿todos ellos a la vez?... También, como casi siempre, será el silencio la respuesta a estas preguntas que puede hacerse, con todo su derecho, cualquier ciudadano que contribuya mucho, bien y puntualmente, y gracias al cual y a otros muchísimos como él, se pueden emprender obras de la envergadura que ha tenido y tiene, el tranvía de Santa Cruz de Tenerife. Pero parece que esto se les olvida siempre a quienes dicen velar y defender los intereses de esos contribuyentes: los políticos. 

jueves, 25 de octubre de 2012

80 años de un colegio público

(Esta entrada fue publicada en loquepasaentenerife.com el pasado 26 de Mayo de este mismo año. Con ella, retomo la recuperación de los artículos recogidos en la citada plataforma digital que tienen que ver con diversos aspectos de Santa Cruz. Vaya como homenaje a las tres únicas instalaciones escolares, construidas durante la II República, que aún existen en esta capital y que en este año de 2012 cumplen 80 cursos ejerciendo el servicio público más determinante en la marcha de un país: la educación)



En el nº 36 de la calle Febles Campos, en el chicharrero barrio del Uruguay, tiene su sede el C.E.I.P Salamanca, un Centro público de Enseñanza Infantil y Primaria que antes fue Grupo Escolar y mucho antes Agrupación Escolar. Todos en el mismo lugar pero en distintos tiempos. Con estudiantes infantiles y juveniles de la zona y sus alrededores; con el primer edificio original en pie y magníficamente conservado; con añadidos posteriores, porque los barrios han crecido y con ellos su población; con una amplia instalación deportiva y sus servicios, construida años más tarde, porque el ejercicio físico y el deporte son materias fundamentales en el desarrollo y la educación integral de los niños. Hoy, con este modesto reportaje queremos hacer un homenaje a todos los maestros que han pasado por este Centro y a los que en estos momentos tan difíciles están ejerciendo su duro, aunque hermosísimo trabajo, en esta instalación pública de tanta solera.
Primero haremos una descripción breve, pero precisa, de las características físicas del Colegio y, después, una reseña histórica de su recorrido vital. Para lograrlo, hemos contado con la inestimable colaboración del Director y de la Jefe de Estudios, que nos han facilitado el acceso a su interior y a toda la documentación posible para llevar a cabo esta crónica de reconocimiento a su inconmensurable labor y a los años de existencia del Centro. Y sin más preámbulos, iniciamos nuestro recorrido.
La línea arquitectónica del edificio responde a la traza fijada por el gobierno republicano de aquella época para todas los colegios públicos. En Santa Cruz, aún perviven tres, fundados en el mismo curso: el de San Fernando en el barrio de Duggi, el de Isabel La Católica en la zona de El Cabo-Llanos y finalmente el que es objeto de esta crónica. Este último ocupa todo un espacio limitado por la calle de la entrada principal, por la del Olvido (antigua General Fanjul) y la de Prosperidad, ésta perteneciente al barrio de Salamanca. En él, además de las aulas para los alumnos de la etapa de Primaria, se encuentran el comedor, con una cocina anexa, y el aula Medusa, equipada con numerosos ordenadores para el uso didáctico de los escolares. En su exterior está rodeado por jardines rebosantes de vegetación y, en el rincón más alejado de uno de los accesos al Colegio, se ha habilitado un pequeño parque infantil, con su correspondiente dotación de juegos, para los más menudos. Entre la cancha de deportes y un lateral del inmueble octogenario, hay una construcción más reciente en la que están las aulas de los alumnos de la etapa Infantil en la planta superior y, en la baja, los despachos de los cargos directivos, el área administrativa y el Salón de Actos, que también cubre funciones de biblioteca.

En los años iniciales de la 2ª República de este país, cuyo gobierno presidía entonces D. Niceto Alcalá Zamora, el apartado de la enseñanza estaba muy desatendido y aquel equipo dirigente hubo de enfrentarse a un alto índice de analfabetismo: más del 30% de la población lo padecía y casi la mitad de los niños no estaban escolarizados. En Canarias, la situación era aún más grave y, para remediar aquel negro panorama nacional, se dotó de más presupuesto al Ministerio de Instrucción, como se llamaba entonces al que hoy es de Educación. Se diseñó un programa para construir más escuelas en todo el territorio y se acordó contratar un mayor número de profesores, con mejores salarios. En dos años se añadieron 13.000 nuevos centros a los 35.000 existentes en todo el país y 14.000 maestros pasaron a formar parte de la nómina pública de docentes. Uno de aquellos de nueva construcción, en Santa Cruz de Tenerife, recibió el nombre de Agrupación Escolar de Niñas, de Salamanca y, como se deduce del largo título, era exclusivamente femenino. 
Se inauguró en el curso 1932-1933 y la primera plantilla docente la formaron sólo tres maestras. En el año 1935, éstas comunicaron al Ayuntamiento el aumento del número de alumnas durante aquellos primeros cursos y les fue concedida una maestra más en el año siguiente. En 1937, con la guerra civil en trágica actividad, se abre el comedor escolar, auspiciado y gestionado por la Sección Femenina, ala de la Falange Española encargada de todos los temas relativos a la mujer. En 1938, las cuatro profesoras solicitan al Ayuntamiento que se les autorice a cambiar el nombre del Centro por el de José Antonio, no concediéndoseles hasta seis años después, en 1944. Esa denominación se mantuvo hasta 2009, en el que el Claustro de Profesores decidió, por unanimidad, rescatar el nombre primigenio y, a partir de entonces, lo conocemos como C.E.I.P. Salamanca. En 1939, año en que acabó la aciaga guerra, se incorporan, junto con tres maestros, alumnos varones, aunque no se mezclaron con las alumnas ya existentes, sino que los distribuyeron en otra planta del edificio, distinta de la de las chicas.
El Centro se convirtió en dos colegios radicados en el mismo lugar. A finales de Enero de 1940 comenzaron las clases para adultos durante una hora diaria, de 6'30 a 7'30 de la tarde, y en Marzo del mismo año se expedienta a dos maestros, supuestamente por no seguir las directrices del régimen imperante. En 1943, se introdujo un programa de Educación Pre-Militar, con fines de fácil suposición. Fue en 1964, 25 años más tarde de la incorporación de los varones, cuando se autorizó la enseñanza mixta y el Centro pasó a llamarse Agrupación Escolar Mixta de José Antonio. Había 256 estudiantes y 10 profesores. Actualmente son 15 los profesores que se encargan de la formación de 206 escolares. Toda esta información está extraída de los Libros de Actas que se custodian en el Centro desde 1932 hasta hoy y, a partir de 1939, el contenido de las mismas deja entrever que la vida estudiantil y profesoral se politizó claramente, frente al tono, mucho más pedagógico y didáctico, de los primeros cursos escolares.


Para la celebración de tan magno acontecimiento la comunidad educativa está organizando diversas actividades. Entre ellas, destacamos la exposición organizada por los profesores y la A.M.M.P.P.A.(Asociación de Madres y Padres de Alumnos), en el Salón de Actos y abierta al público, con todo el material disponible sobre la trayectoria del Colegio: libros de Actas, diplomas, artículos publicados en prensa sobre momentos puntuales de la vida escolar, certificados de titulación de estudios, aparatos didácticos, fotografías... También, próxima al citado Salón, se ha recreado un aula de la época en la que no falta ningún detalle original. Llama la atención la distribución de los pupitres, porque responde al principio republicano de un aprendizaje participativo y compartido, colocándolos como un triángulo que llevaba a que las alumnas se vieran unas a otras en todo momento. La colocación en filas, de tal forma que los estudiantes sólo se ven las espaldas, se impuso con el posterior régimen franquista que, a partir de 1939, gobernó en este país. El programa de la conmemoración incluye actuaciones musicales, a las que se invita a todos los habitantes de la zona, así como una fiesta especial de un Día de Canarias inmerso de lleno en el aniversario. El acto institucional tendrá lugar el próximo lunes, día 28, y a él asistirán el Director Territorial de Educación, el Alcalde de la ciudad, la Concejala de Cultura de Santa Cruz y otras autoridades del mundo político. Además de las palabras del Director, se descubrirá una placa que recordará, a las generaciones venideras, el feliz acontecimiento.

Quien esto les cuenta ha sido vecina, muy cercana y de muchos años, de esta institución modélica. De niña pasaba por delante de él casi a diario, camino de mi colegio, y siempre me gustó pensar que allí también había otros niños que estaban aprendiendo gracias a que aquella enorme construcción los acogía. Recuerdo que nuestros mayores se referían a él como "la escuela pública" y nos decían que era para los más pobres, para los que no tenían ni para comprarse unas alpargatas. No debía de estar muy lejos de la verdad aquel comentario porque, en una de las Actas más antiguas consultadas, quedó constancia de que el Centro destinó una pequeña partida de dinero para comprar ese calzado a las niñas que no lo tenían. Por fortuna, esta situación fue desapareciendo y, con el paso del tiempo, los estudiantes de hoy disfrutan de todo lo necesario para educarse en su Colegio y espero que, después de esta celebración, sepan valorar lo privilegiados que son pudiendo acudir a un Centro público muy bien dotado, con mucha historia y que les enseña a ser respetuosos y libres, además de futuros científicos, escritores, investigadores, artistas o deportistas. Que así sea.

martes, 16 de octubre de 2012

Las ruinas del Balneario

(Con esta entrada finalizo esta pequeña serie dedicada a los puntos de mayor interés que he recorrido desde Las Teresitas hasta Santa Cruz capital.)

Cuando una pasa, casi a diario y a lo largo de los últimos años, por delante de lo que queda de las fachadas del antiguo Balneario de Santa Cruz y de la Residencia de Educación y Descanso José Miguel Delgado Rizo, no le queda otro remedio que asociarlas a una época estupenda de su infancia y juventud. 
Cuando una pasa por lo que queda de la zona posterior de ambos edificios, de manera extraordinaria y para sacar fotos de las mismas, no le queda otro remedio que sentir mucha tristeza y desolación ante el espectáculo sobrecogedor al que se ha dejado que llegue una de las joyas del ocio de gentes canarias, peninsulares e internacionales. 
Lo descubrí hace un par de meses y la visión de aquellas ruinas me encogió el corazón y me impactó desagradablemente. Me costó asimilar lo que estaba viendo, porque nunca pensé que aquel emblemático Balneario al que a diario acudíamos cientos de usuarios de la época, para pasar una jornada de feliz asueto, estuviera en un estado de abandono y ruina tan deplorable. En aquella ocasión, no pude sacar fotos y, con la decisión firme de hacerlas públicas, volví hace pocos días para tomarlas. 
En una y otra ocasión, me resultó muy extraño ver lo que queda de todo aquel recinto, engullido y rodeado por el asfalto, por los vehículos que circulan por la Vía de Servicio del Puerto y por una gasolinera y sus instalaciones accesorias. Me faltaba algo fundamental en mis recuerdos, necesitaba rescatar la visión del Balneario y su Residencia con su playa de callaos y el mar batiendo suavemente contra ellos. Por contra, me pareció estar contemplando una maqueta gigante, con signos similares a los de un bombardeo, en medio de un paisaje deshumanizado y tecnificado. 
Ese mar que echo en falta fue empujado, hacia afuera, a la fuerza. Alejado todo lo que se consideró necesario, con la ayuda de toneladas y toneladas de relleno, hormigón y asfalto, para construir la enorme explanada que, desde los primeros 90, ocupa la prolongación del puerto de la capital y llega hasta la dársena pesquera que finaliza muy cerca de San Andrés. Una explanada llena de pilas amontonadas de contenedores, además de algunas edificaciones portuarias y que, entre todos, han fabricado un auténtico muro que no permite, siquiera, la vista de ese mar empujado. Hecho este prólogo de nostalgias y sensaciones, pasemos a justificar, con datos, lo que para algunos puede resultar una exageración: que la Residencia y el Balneario fueron una de las joyas del ocio local, peninsular e internacional, teniendo como referente su primera década de existencia.
Entre Julio y Septiembre, de los años 50, una media de 700 personas distribuidas en turnos de diez o quince días, disfrutaban de alojamiento y pensión completa en las instalaciones de aquella residencia modélica, a la orilla del mar. Los precios eran muy asequibles, para los trabajadores de entonces. En los turnos familiares, cada componente pagaba diez pesetas por día, y en los individuales, quince. La capacidad de la Residencia era de algo más de un centenar de plazas individuales y en torno a las noventa familiares. La vida allí era de total libertad, respetándose los horarios para las comidas y para el cierre de la instalación, que era a la una de la madrugada. En las tardes-noches, se celebraban juegos, concursos y bailes, para chicos y mayores y, cada turno, disfrutaba de dos excursiones a distintos puntos de la isla. El tiempo de estancia se clausuraba con una animada fiesta protagonizada por los propios residentes y en la que se hacía entrega de regalos y diplomas a los que habían participado en las distintas actividades celebradas. El uso de las instalaciones del Balneario era independiente y, si se accedía a él, la entrada les costaba la mitad que a los no residentes. 
El período veraniego estaba reservado para los trabajadores sindicados que, con o sin familia, residían en nuestras islas, pero, por parte de los responsables de la Organización Sindical de la que dependía la Residencia, se hacían gestiones y se fijaban directrices, para organizar turnos con productores agropecuarios procedentes de la península, Norte de África y resto del extranjero, con intercambio de los trabajadores nacionales y los del país que nos visitaba. La presencia de estos últimos se estrenó con la estancia de veinticuatro ingleses, a los que se llevó a visitar lo más representativo de la isla, comenzando con el Teide y todo el entorno de Las Cañadas. 
El personal que sacaba adelante las prestaciones del establecimiento público, estaba formado por diecisiete empleados: el director, dos auxiliares dedicados a la administración y la intendencia, un cocinero, tres ayudantes, un pinche, un camarero, un portero y siete encargadas de la limpieza. Tanto la Residencia como el Balneario contaban con un Patronato cada uno y, ambos, por medio de sus representantes sindicales, llevaban a la Organización las sugerencias y deseos de los usuarios de las citadas dependencias. 
Hoy, más que sugerirles un paseo por lo que queda de ellas, he querido traerles un poco de su función cotidiana. Mi intención última es que sirva de homenaje a todos los que aprendimos a nadar en aquel entrañable rincón, a los que fueron grandes nadadores de los equipos que allí se formaban y entrenaban, y a quienes tuvieron el placer y la fortuna de vivir días magníficos en aquella instalación modélica y avanzada. Ninguna de estas virtudes impidió que la ambición desmedida de unos pocos, sobre el bien común de muchísimos, y el afán megalómano de unos políticos insensibles e insaciables, acabara con aquel reducto de indudable valor social, por encima de ningún otro. 
Para quienes deseen conocer datos precisos de la historia y los avatares de estas tristemente desaparecidas instalaciones, les facilito unos cuantos enlaces con distintos medios de comunicación locales, que, con frecuencia, han abordado y abordan un tema tan ligado al devenir de esta capital: 

lunes, 8 de octubre de 2012

Barrios marineros de Santa Cruz

Para cumplir con mi compromiso de visitar y pasear por algunos puntos de interés del litoral santacrucero, comprendidos entre la playa de Las Teresitas y la propia capital, aquí publico una entrada cuyo fin es, precisamente, invitarles a seguir esta misma ruta, si lo tienen a bien. Cuatro son los núcleos de población que deseo recorrer. Están enclavados en el agreste macizo de Anaga, y más o menos relacionados con un mar cercano, que les hace marineros. 



El primero es el barrio de San Andrés, reducto de vidas de pescadores, en otros tiempos, y hoy más cosmopolita y turístico, a nivel local y gracias a la proximidad de la playa, aunque sin perder aquella identidad echadora de redes y anzuelos. Está jalonado por una hilera de hermosísimos y frondosos laureles, que suben por la rambla de Pedro Schwarts, en su margen derecho, si lo miramos de espaldas a la costa. La otra línea de estos árboles se encuentra en su margen izquierdo y ocupa la calle que asciende hasta unirse con la carretera que lleva a El Bailadero y Taganana. Estas lindes naturales se ven sobrepasadas por caseríos salpicados a lo largo del valle en que este pueblo-barrio (o a la inversa) está encajado. Es una de las concentraciones poblacionales más antiguas de la isla de Tenerife y en la primera mitad del siglo XIX fue municipio independiente. Su historia se remonta a más de 2.000 años, lo cual se demuestra con restos arqueológicos de su pasado aborigen guanche. Hoy, es un espacio luminoso, de calles estrechas, limpias y cuidadas, con ejemplares de casas terreras humildes y antiguas, bien conservadas, con buenos restaurantes y casas de comida, que ofrecen pescado de calidad acompañado a la manera canaria y a la internacional. Con edificaciones modernas para los servicios públicos y con cerca de 4.000 almas que se sienten muy orgullosas del lugar en que residen.



A algo más de 3 km. de San Andrés, abandonando la autovía que nos comunica con la ciudad, podemos acceder a Cueva Bermeja, mucho más pequeño en superficie que el núcleo anterior y con sólo unos 500 habitantes. Sus viviendas trepan por el escarpado terreno y se distribuyen a los lados de un pequeño barranco que transcurre hasta la carretera y que, antiguamente, vertía sus aguas en la desaparecida playa de callaos, de Jagua. No tuvo, ni tiene, tradición de barrio pescador y es la agricultura de subsistencia la que se cultiva en huertas que se aferran a su difícil orografía. La mayoría de sus construcciones son de épocas recientes. Desde sus alturas, si miramos hacia el mar y la capital, veremos gran cantidad de tanques que contienen el combustible que nutre a la vecina dársena pesquera y, además, a una fábrica de cementos que lleva más de treinta años en el lugar, con gran disgusto de los que allí viven, sobre todo, por los ruidos que genera día y noche. 



De vuelta a la carretera y después de recorrer algo más de un kilómetro, nos desviamos a la derecha y nos adentramos en el barrio de María Jiménez que, según cuentan, se llama así porque era el nombre de la dueña de la primera tienda, o venta, de comida y bebida que había en la zona. Como en S. Andrés, nos recibe una hilera de frondosos laureles que proyectan una sombra espectacular sobre una de las vías de acceso al barrio. Es un núcleo de algo más de 2.000 habitantes, que ha ido estirándose a lo largo, y a los lados, de la desembocadura del barranco del Bufadero, con construcciones de todo tipo que se adentran, valle arriba, y conviven con numerosas huertas para el consumo familiar. Como curiosidad, posee una gran charca para el regadío, que se nutre de las aguas que descienden por el barranco. Sus antiguos vecinos vivían de la pesca y de la reparación de embarcaciones en el Astillero que estuvo ubicado cerca de su litoral, muchos años. El paso del tiempo y las radicales transformaciones del lugar, han hecho que hoy se dediquen a todo tipo de actividades profesionales. Una de ellas, es la de la gastronomía, que se destaca por la existencia de varias casas de comidas típicas y restaurantes, que son muy visitados por propios y extraños. Otra peculiaridad que le distingue es la de que es punto de partida de interesantes senderos, poblados de flora y fauna autóctonas, y que transcurren hasta las cumbres de la cordillera de Anaga. Desde hace pocos años, es un enclave muy solicitado para el domicilio de residentes santacruceros, que huyen del bullicio de la capital, pero quieren o necesitan estar cerca de ella. 



El más cercano a Santa Cruz es el de Valleseco, a un kilómetro aproximado, del final de la avenida de Anaga capitalina. Desde la autovía, se aprecia cómo sus viviendas se van agarrando al escarpado terreno y, ladera arriba, van haciendo crecer al más urbanita de los barrios marineros de la ciudad. Sus calles tienen un trazado paralelo y ascendente, que se cruza perpendicularmente con escaleras que las unen. Está rodeado y, a la vez, protegido por montañas como La Jurada, el Monte de Las Mercedes, Las Mesas o el Pico del Inglés. En la costa, cuenta con cuatro pequeñas playas de callaos separadas por muelles diminutos que se adentran en el mar, y que se las conoce como una sola, la playa de Valleseco. El lugar en el que se asienta tiene un pasado histórico relevante en la defensa de Santa Cruz, ante fuerzas invasoras inglesas, a finales del s. XVIII. Sin embargo, vino a poblarse a mediados del XIX, con motivo de los trabajos necesarios para construir el puerto de la capital y sus primeros muelles. Allí vivían los jornaleros que extraían piedra de la cantera de La Jurada, para hacerlos. También los asalariados de la que fue, en esa misma época, sede del aprovisionamiento de carbón que necesitaban los buques de línea que surcaban el Atlántico. Aún hoy podemos ver restos de aquella actividad, en parte de los raíles sobre los que circulaban las vagonetas que trasladaban el carbón hasta el muelle, o en dos de las tres grandes naves en las que se almacenaba el mineral que procedía del Reino Unido. La pena es que el estado de conservación de todos estos vestigios no es el más deseable y un papel histórico tan importante como el que atesora Valleseco, se merece un trato mejor. Sus casi 2.500 habitantes luchan por recuperar su pasado y mejorar su presente. 



Algún amable lector echará en falta la inclusión del barrio de La Alegría, pero, desde mi punto de vista, éste queda más alejado del litoral y no tiene la pasada tradición marinera de los anteriores, aunque también forme parte de los poblados del macizo de Anaga. Mi intención es tratarlo en un próximo post, junto con otros núcleos similares a él y situados en el interior del territorio capitalino. En cualquier caso, tener acceso a la gran o pequeña historia de estos enclaves, pasearlos y disfrutarlos puede ser una experiencia muy gratificante, porque nos lleva a valorarlos debidamente. Aunque resulte paradójico, solemos desconocer las virtudes de los lugares que tenemos más cerca y, a veces, sólo es proponernos visitarlos, recorrerlos e interesarnos por lo que ocurrió y está ocurriendo en cada uno de ellos.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Piedras musicales en Valleseco

Una zona de esta capital por la que suelo pasear con frecuencia es el litoral que corresponde a uno de sus barrios marineros: el de Valleseco. Cuando lo hago, después de caminar un buen rato me gusta finalizar parándome a observar el mar y sus alrededores. Llevaba varias semanas sin ir y, hace pocos días, al cerrar el paseo con el ritual acostumbrado, me sorprendió, agradablemente, un descubrimiento: en muchas de las enormes piedras, que son antesala del agua, aparecen pintados los retratos de personalidades de la música local, nacional y universal. No sé cuándo se hicieron, cuánto tiempo llevan allí y quién los realizó, aunque todos están firmados con las letras "cr." o "ct.", no es fácil diferenciarlas. Tampoco sé si los medios de comunicación se habrán hecho eco de ellos. En todo caso, es una original iniciativa que, según reza en dos de aquellas grandes piedras, es "Para todos los músicos de Santa Cruz" y "Para todos los músicos de Canarias", aunque los representados no son todos de esta tierra. Ambas leyendas acaban con las cifras del año que transcurre. 

En la playa más pequeña, la que se encuentra frente al CIDEMAT (Centro Insular de Deportes Marinos de Tenerife) podemos ver los retratos de músicos isleños. Entre otros, Enrique González y Manolo Monzón, como ilustres representantes de los sonidos de nuestro Carnaval. Por el timple, las isas, las folías, las malagueñas y las saltonas están José Antonio Ramos, Benito Cabrera, Fabiola Socas y Dacio Ferrera. Con mucho aire pop en sus voces y en su inspiración, Chago Melián, Pedro Guerra y Rosana. 

En la mayor, la que está más cerca del dique del Este, aparecen los retratos de figuras más clásicas con otras de la música pop. Por ejemplo, se pueden contemplar los de José Carreras, Montserrat Caballé, Alfredo Kraus, Plácido Domingo o Andrés Segovia, voces extraordinarias de la lírica universal, los tres primeros, e intérprete magistral de la guitarra española, el último. Junto a ellos, los de David Bisbal y Julio Iglesias, representantes españoles de la más ligera y popular, a lo largo y ancho de este mundo. También hay algunas piedras que muestran las caras de dos insignes compositores: Manuel de Falla y Joaquín Rodrigo, del que dice que es "el padre de la Música española", aunque, en este caso, el autor se equivoca identificando el rostro de un Falla más anciano, con el nombre del maestro Rodrigo. 

La calidad de los retratos, dada la irregularidad de la superficie de los soportes utilizados, es bastante buena y la iconicidad, o grado de parecido, muy alto en la mayoría de los casos. El material con el que se han hecho ha debido ser el más adecuado para resistir la acción solar y marina, porque los colores, de momento, resultan rotundos y muy visibles.
Iniciativas como ésta debieran servir para que quienes tienen el gobierno y la gestión de la cosa pública, estimularan la creatividad de todos aquellos que la poseen y la encauzaran hacia la recuperación y mejora de muchos puntos de la capital que, sin duda, pasarían a ser más acogedores y cercanosEl apoyo y los medios necesarios facilitados por los gestores públicos, han de acompañarse, además, por el respeto de todos los ciudadanos hacia las obras realizadas y hacia quienes sean sus autores. Lo uno y lo otro serían señales inequívocas de una sociedad altamente educada y sensible. 

Como dije al inicio de esta breve crónica, estas son las ideas que, de vez en cuando, pueden sorprender a quienes deambulamos por los muchos rincones que ofrece la ciudad. Ya sea para hacer un poco de ejercicio físico, ya por el mero disfrute de un agradable paseo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Los orígenes de la dársena pesquera del puerto de Santa Cruz

Unir debidamente Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia occidental canaria, con el futuro turístico que representaba la hermosa playa de Las Teresitas para esta ciudad, fue uno de los objetivos prioritarios de las autoridades de la época. Ampliar el ámbito de los ya insuficientes puertos santacruceros, también entraba en esa categoría de asuntos vitales que dan prestigio a cualquier urbe situada a orillas del Atlántico y con muchos kilómetros de litoral. La solución para alcanzar esas dos metas a la vez, era la misma: construir una dársena pesquera, lo suficientemente amplia como para albergar instalaciones adecuadas, y una conexión ideal con el distrito marinero de San Andrés y el recinto de Las Teresitas. 

Esa convicción llevó a que, en los primeros años de la década de los 60, se diseñara el anteproyecto de la necesaria dársena pesquera y que se sustentara sobre tres aspectos fundamentales, que paso a detallarles. El primero era el de construir una superficie útil de 207.000 metros cuadrados ganada al mar y con una suave pendiente. Su finalidad era permitir el desarrollo de distintas empresas relacionadas con la actividad de la pesca y que se instalaran allí. El segundo, construir una Vía Litoral que comunicara a la dársena con el centro urbano de Santa Cruz, ofreciendo la posibilidad de ubicar Varaderos y Astilleros que dieran debida atención a las naves acogidas en el área pesquera. El muelle de operaciones tendría 1.330 metros de línea de atraque que resolvería, con holgura, los problemas de las embarcaciones de pesca de todo tamaño. Por último, el tercero sería el de acercar el núcleo capitalino al Valle de San Andrés con todo su potencial turístico, poniendo en marcha, asimismo, la solución al viejo tema de Las Teresitas.
Pero, como cualquier ejecución de un proyecto, ésta también habría de ser financiada y sólo la suma de capitales de distintas procedencias lo haría posible. El presupuesto inicial, según el anteproyecto realizado por el ingeniero D. Miguel Pintor, era de 264 millones a los que habría que añadir los 10 millones de la urbanización de la Vía Litoral (alumbrado, desagües, pavimento y arbolado). Las aportaciones de los diversos organismos que iban a intervenir, se calcularían en función de los beneficios que la obra generara. Así pues, las cantidades mayores procederían de la Junta del Puerto, con 136 millones de las pesetas de entonces, y de las empresas privadas, con 111 millones. La Administrativa de Obras Públicas, con 9 millones y el Cabildo y el Ayuntamiento, con algo más de 8 millones cada uno, completaban un total redondeado por lo alto, de 275 millones de pesetas. Los de la iniciativa privada estaban condicionados a la fecha de inicio de la obra, que debía de ser inmediata, y a la ejecución total de la misma, que no debía durar más de dos años. Canalizar esta aportación particular era responsabilidad de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación y, por último, la dársena habría de extenderse desde el Dique del Este hasta Punta del Valle, poco antes del barrio de San Andrés. 
Ajustados los datos del proyecto definitivo, la superficie de la nueva dársena sería de 291.477 metros cuadrados, de los que 17.700 corresponderían al dique-muelle, distribuyéndose el resto entre una franja de terrenos de 30 metros de ancho, que transcurriría a lo largo de todos los muelles de ribera, para su servicio, y que ocuparía un total de 22.200, y los 20 metros de ancho correspondientes a la Vía Litoral que se extendería sobre una superficie de 207.577 metros cuadrados. Su construcción se simultaneó, allá por los comienzos de los 70, con la de la escollera de Las Teresitas y el relleno de la playa con arena sahariana.
Por definición, una dársena pesquera se concibe, en principio, para el fin indicado por su nombre, pero termina convirtiéndose, además, en un lugar que acoge la industria frigorífica asociada a la pesca, talleres de mecánica y de reparación de contenedores y naves deportivas, además de actividades de logística y de la industria auxiliar que tiene que ver con el quehacer portuario. Al responder a todos estos apartados, se la ha calificado como Lugar de Interés Comunitario (LIC), lo que significa dificultades importantes a la hora de planear posibles ampliaciones. Y ese, el de la ampliación de nuestra dársena, hace casi una docena de años, ha hecho correr ríos de tinta en los medios de comunicación y en los juzgados competentes. Desde entonces, se han llevado a cabo varias denuncias provenientes de colectivos afectados por la concesión de los terrenos ganados al mar, que dicen que ha habido irregularidades patentes, y por asociaciones en defensa del medio marino, que demuestran la desaparición de sebadales indispensables para la alimentación de especies propias de aquellos fondos. Hasta la edificación del recientemente inaugurado nuevo Instituto Oceanográfico de Canarias está cuestionada. Todo ese mar proceloso de querellas llevó a que los jueces paralizaran, no se sabe hasta cuándo, cualquier actuación en el espacio ampliado. 
El visitante no habitual que recorra la extensa explanada correspondiente a la ampliación, con largas y anchas vías jalonadas por enormes solares poblados de rastrojos, se lleva la imagen de una especie de deshabitada ciudad fantasma, cerrada al océano por una muralla inexpugnable. Todo ello, producto de un fracaso, que ha costado millones de euros del erario y que se han tirado al mar. Por desgracia, nunca mejor dicho.

(Esta crónica se publicó en loquepasaentenerife.com, el 7 de Octubre de 2011. Con ella quiero continuar el recorrido por el litoral santacrucero iniciado en Las Teresitas y en dirección a la capital. Hay puntos lo suficientemente interesantes como para detenerse en ellos.)