D. Miguel Moore, el Padre Moore, - como era conocido por estas tierras -, fue párroco de la Iglesia de la Concepción, de Santa Cruz de Tenerife, en las décadas de los 60 y 70. Mediada la prímera, también fue profesor de una asignatura del Curso Preparatorio de la carrera de Bellas Artes, que tenía el curioso y, a la vez, lógico nombre de Liturgia y Cultura Cristianas, dadas las imposiciones religiosas de aquel entonces. Era una persona culta, encantadora, inquieta y enamorada de las Artes. En clase, procuraba estimular el interés de los alumnos invitándonos a observar todo lo que nos rodeaba y a ser críticos con la ausencia de estética que caracterizaba a gran parte del entorno que nos tocaba de cerca. Con frecuencia, nos transmitía sus impresiones personales sobre el tema y disfrutaba mucho con él. Posiblemente, tanto como cuando nos hablaba de cálices, casullas y crucifijos más o menos bellos.
Siempre se trasladaba, a pie, desde la Concepción hasta la antigua Escuela de Artes y Oficios, en la Plaza de Ireneo González, y en donde se daban las clases de Bellas Artes. Tanto si iba como si venía, no perdía detalle de todo lo que encontraba a su paso, incluidas las edificaciones del recorrido. Recuerdo que insistía en que anduviéramos con la cabeza alta y mirando hacia arriba, para que viéramos todos los detalles de lo que nos rodeaba. Cuando comentaba lo que divisaba en aquel trayecto, una de sus frases preferidas: “Eso no son edificios; son adefesios”, se me quedó para siempre. Desde entonces, cada vez que tropiezo con algún motivo que me lleve a esta misma conclusión, no puedo evitar acordarme del Padre Moore.
Desde hace tiempo, con la gran ayuda que las nuevas tecnologías fotográficas nos dan, me he ido haciendo con una pequeña colección de ejemplos representativos de aquella expresiva frase de D. Miguel y, dejando bien claro que como suele ocurrir con lo que lleva una cierta carga artística, la muestra responde, sobre todo, a criterios personales sobre lo que es la ausencia de belleza en algunos de los edificios, de nuestra capital, con cierta relevancia. Por lo tanto, la subjetividad y las opiniones están muy presentes en esta relación. Vamos a ella.
Edificios “muralla”, en la Avenida de Anaga: Para mí, el adefesio por excelencia, de esta capital. Se trata de un conjunto de construcciones diferentes adosadas, pero con muy poca personalidad cada una, de la misma enorme altura todas y que, a modo de pared gigantesca y acolmenada (permítanme semejante palabro), cierra la visibilidad del mar prácticamente a todo lo que se edificó en calles sucesivas posteriores, justo detrás de ella. La fachada trasera de la mayoría da a la de la Marina, vía ancha y de buena longitud, pero muy sombría. Esa falta de luminosidad se la debe a ese descomunal paredón que las autoridades del momento autorizaron a levantar sin el más mínimo respeto hacia el derecho a disfrutar del mar de los que llegaron después y quisieron construir en la misma zona. Aunque tamaño abuso no tiene solución, me consuela creer que hoy no se hubiera permitido un desmán de esta categoría, ya por una clase política dirigente más sensible hacia los temas del bien común, ya porque las organizaciones ecologistas y los movimientos vecinales no lo hubieran consentido bajo ningún pretexto. La dictadura imperante en los tiempos en que esas edificaciones proliferaron fue la que auspició que determinados intereses particulares tuvieran el privilegio de monopolizar la explotación de la línea más próxima al litoral santacrucero. Es, y seguirá siendo, el paradigma de lo que nunca más se debe hacer en situaciones geográficas similares.
Viviendas adosadas del Residencial San Juan de Dios: De inspiración más propia de una zona playera modesta que de un barrio capitalino, aunque sea del extrarradio. Quienes la diseñaron debieron buscar la originalidad, a costa de sacrificar un mínimo de armonía. Me temo que no lograron ni lo uno ni lo otro. Esa galería exterior techada con una aparatosa cubierta color marrón oscuro, a modo de enorme visera, es probable que se concibiera, además, como elemento decorativo. Desde mi punto de vista, sólo se logró su función: ser un simple tejado sin tejas. Y menos mal que sus propietarios, conscientes de su poco agraciada hechura, han aportado color a una fachada que, en sus inicios, sólo tenía el gris del hormigón con el que se fabricó. La construcción muestra dos niveles de adosados, uno encima del otro y, a su vez, cada vivienda consta de dos plantas. La más alta del segundo nivel deja ver los estrechos huecos de sus ventanas por encima de la techumbre que cubre la galería. Pueden imaginarse la “agradable” visión que tendrá quien se asome a ellas. La perspectiva más desafortunada la tienen los vecinos de las edificaciones de enfrente, que, además, ven el aspecto con que quedó la reparación de goteras que se hizo a la comentada cubierta, no hace mucho: unas toscas líneas blanquecinas del material impermeabilizante aplicado a las juntas que unen las oscuras piezas del techo.
A esta pequeña serie podríamos añadirle el rascacielos de la Avenida Tres de Mayo, los dos cercanos al Auditorio de Tenerife, las clínicas Parque y La Colina, la mayoría de los centros escolares que por aquí nos han construido… Pero, de momento, sirvan estos cinco ejemplos analizados. Considero que son los que mejor responden, bajo mi personal ángulo de mira, a aquella recordada frase de mi antiguo profesor: “Eso no son edificios; son adefesios”. Y sirva, también, como homenaje a su figura y a su empeño en contribuir a que fuéramos críticos con la estética de nuestro entorno y exigentes, donde procediera, con que ese entorno mejorara para y por el bien de todos los que formamos parte de él. Primero, como ciudadanos y, después, como profesionales titulados en Bellas Artes, que podemos y debemos contribuir a ello, tanto desde la educación como desde la colaboración y el asesoramiento.
Hola Charo, felicidades por el blog, era algo que siempre tenía en mente pero ya sabes... anda uno muy ocupado. Mucha suerte.
ResponderEliminarUn abrazo
Luis Carlos
Muchas gracias, Luis. Ya ves, la jubilación permite hacer estas cosas, y aunque también ando bastante ocupada, cuando una se libera de dar y preparar clases, acudir a reuniones profesionales, (muchas veces baldías), redactar informes (que sirven de poco) y corregir mucho (muchas veces, para conseguir apenas nada), sobre todo en estos tiempos, le queda algo de tiempo para dedicarle a lo que siempre le gustó: ser aprendiz de juntar letras.
ResponderEliminarMe alegra mucho saber de ti y me encanta verte paseando conmigo.
Un beso enorme, querido compañero y amigo.
Tengo entendido (rumores) que la Casa del Barco fue adquirida por los propietarios de los restaurantes que tiene cerca (Da Canio) y que el objetivo era remodelarla para convertirla en restaurante. Según parece es un edificio protegido y no está permitido hacerle cambios que los que tuvo en su primera instancia, es decir, para vivienda particular
ResponderEliminarAún asi parece que las obras continúan y se la piensan quedar como vivienda familiar.
Saludos
Nadir