Lupa en mano y cámara en ristre, paseando por lo mejor y lo peor de la ciudad
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lunes, 6 de agosto de 2012

Y ahora, los jacarandás...

Cada estación del año tiene sus encantos, sus árboles, sus plantas y sus flores. En una breve crónica publicada el pasado verano, en esta misma plataforma, hablamos de la belleza de varios especímenes repartidos por nuestra capital y hoy, con una primavera que transcurre con las alteraciones climatológicas que le son propias, queremos destacar la presencia de otra de las especies que más abundan por estas latitudes, en estas fechas: los jacarandás.

No ha llovido todo lo que era de esperar durante el invierno. Sólo ha venido a caer un poco de agua en los últimos días y esta tierra fértil que nos rodea, agradecida, ya deja ver alguno de sus regalos. Sin ir más lejos, esta ciudad capital de provincia se ha visto salpicada, en muchos de sus rincones, por las diminutas flores del esbelto jacarandá. Ya aparecen nuestros jardines, aceras y calles alfombrados por cientos de pequeñas campanillas malvas, que, al más mínimo alisio, se desprenden y caen mansamente, de las finas y largas ramas de este árbol oriundo de la América subtropical. Según los expertos, el nombre de jacarandá tiene etimología guaraní y significa fragante y la que abunda por aquí pertenece al grupo de las mimosifolia, término proveniente del latín que se traduce por hojas parecidas a las de una mimosa. Los jacarandás o jacarandas, como también se les llama, pueden alcanzar alturas entre 6 y 9 m. y sus copas, poco frondosas, suelen extenderse en un área circular de unos 5 o 6 m. de diámetro, siendo muy llamativas sus flores y sus frutos. Las primeras, por su intenso color malva o azul violeta claro y los segundos, por su calidad de leñosos, planos y con forma de castañuelas. La madera de su tronco es muy apreciada en el mundo de la carpintería de interiores.


Es fácil encontrarlos en cualquier rincón de la ciudad y sus copas floreadas destacan claramente sobre las verdes de los laureles o las palmeras, mostrando una asociación cromática muy bella y de efectos relajantes para quien las observe. Calles como el tramo más bajo de Ramón y Cajal o la de Góngora, que limita uno de los laterales del Parque D. Quijote; la de Méndez Núñez, a partir del Parque García Sanabria y hasta su confluencia con la Rambla de Santa Cruz, en la que forman un espectacular techo natural con forma de arco en ojiva, o la propia Rambla a la altura de Horacio Nelson muestran magníficos ejemplares en esta zona intermedia de la capital.
También se pueden disfrutar en la Carretera General que une a Santa Cruz con La Laguna, en la curva de las Dominicas y, más arriba, en el distrito de Ofra, son muy llamativos los de la calle de Elías Bacallado y los pocas que quedan al final de la de Santa María Soledad. Hasta hace un par de años, esta vía ofrecía, de extremo a extremo, una extraordinaria sucesión de jacarandás, en cada una de sus aceras, y, una vez más, el voraz imperio del vehículo rodado impuso su ley y obligó a reducir el ancho de las mismas. Con esa obra desapareció la casi totalidad de aquella excelente muestra y, con ella, un reducto de gran valor en la zona más alta del municipio chicharrero. Quizá, habría que demandar de quienes dicen dedicarse a la cosa pública municipal para mejorar el bienestar de quienes aquí vivimos, que esta indeseable situación no vuelva a repetirse y que, muy al contrario, los jacarandás se cuiden y se protejan, allí donde hoy se les puede admirar. A los jacarandás y a cualquier otra clase de árboles. No en vano, mientras ellos estén, también estará la vida.

(Esta crónica fue publicada en loquepasaentenerife.com, el pasado 30 de Abril de este mismo año)

1 comentario:

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